LA MÚSICA DE LAS PALABRAS por FRANCISCO JOSÉ GONZÁLEZ



Es una cuestión de ritmo, de sentido musical, de poesía en suma lo que convierte a una novela en un clásico o en otras palabras, en una creación memorable. Puedo recordar pasajes enteros de Cervantes, de Faulkner, de Proust, de Celine, de Rulfo , de Lowry, de Broch o de Bernhardt de la misma manera que una fuga de Bach o un solo de Coltrane, pero apenas recuerdo dos o tres frases de cualquier obra narrativa de los últimos tres o cuatro decenios. Por supuesto, muchos refutarán ese declive de la prosa y se escandalizarán cuando se habla de la muerte de la novela. Ahora bien, ¿Qué autor de los tres últimos decenios puede codearse con los citados arriba?. Como decía Onetti (gran escritor pero ante todo un dechado de humildad sin un átomo de arrogancia): “ Pero hombre, !si un solo párrafo de Faulkner vale por todo lo que se escribe ahora!”.

No se equivocaba Walter Pater, sentando las bases de la Estilística, cuando afirmaba hace siglo y medio con muy buen olfato profético que se trata de apreciar qué marca de estilo define a cada artista (!cómo no pensar en Pater como un cahierista avant la lettre) y que todas las artes deberían ser como la música. Y tan cierto, pues es música la expresión sincopada, jazzística, el estilo lapidario y la jerga en Celine. Es música el paralelismo, el habla popular, la metáfora y la cadencia de la prosa de un Rulfo. Música (sinfónica en este caso) es también la frase ramificada (ese ”Nilo del lenguaje” que diría Walter Benjamin, su primer exégeta reputado) de un Proust. Es música la repetición, cual vehemente ostinato, en los atormentadas y lúcidas invectivas de Thomas Bernhard (su formación musical repercute naturalmente en su estilo inconfundible).Es música, por supuesto, todo ese torrencial lirismo en los postreros pasajes metafísicos de La muerte de Virgilio, y música lo es también la inversión metafórica y los cabales y profundos incisos faulknerianos o la lúcida parodia de la jerga burocrática o positivista en un Kafka que disecciona y profetiza como nadie el desencanto y el nihilismo de los tiempos modernos.

Se ha perdido la música, se ha arrumbado la forma en aras del burdo señuelo de la adocenada ficción. Claro, todo el mundo quiere que le cuente historias ( como diría Beckett: ! La única verdad es que en la vida del hombre no sucede nada!). Y no se lee nada, por mucho que las estadísticas recen lo contrario. Lo más leído por los españoles son los libros de autoayuda, las recetas de cocina, las novelas "históricas", los indigestos folletines rosa, las “memorias” del famosillo de turno o algún que otro premio Planeta. Como muy bien sentencia Ramón Andrés, ese humanista impar: “ Hemos convertido a España en un país de analfabetos y de bárbaros que no pueden vivir sin atiborrarse de puro ruido”.

De música, hablábamos y de su padre, el balsámico silencio, un silencio del que hoy desgraciadamente se huye como de la peste.

Francisco José González


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