“Anna es tu mejor poema”. Estoy convencido que mi amigo Gsús habrá escuchado esta frase cientos de veces. Pero no es cierto, porque no casan culo con témporas, velocidad con tocino o seres humanos con literatura, por muy poética que esta sea.
Y poemas extraordinarios, el extremeño tiene, a raudales. Hay en su poética, a pesar de ser muy variada en formas y fondos, un rasgo que es el que más aprecio: la honestidad. Bonilla escribe sin miedo a mostrar lo más oscuro y desagradable de lo que nos propone en cada libro. Poeta, pero primero hombre, con todas la vetas y raíces que eso implica. Una de ellas, que cobra tremenda importancia en su poesía es el oficio de jardinero, figura que se atisba por vez primera en Anna.
Podría mostrarnos la flor en su mejor momento, con una gota de rocío cayendo de sus labios para la foto de Instagram, el seto recién adecentado para la inauguración de otra rotonda por parte del político de turno o el árbol escondiendo la termita, pero él nunca ha disimulado el proceso: se mancha las manos con el abono para crear belleza. Y el abono no es otra cosa que mierda. Y la mierda huele, y esa mierda en las manos va a la boca cuando se seca el sudor o se prende un cigarro. Y es ese aliento del trabajador lo que el poeta deja impregnado en sus versos. Ahí reside el poema, lejos de la niña, ajena como debe a los poemas de su padre, envuelta en los colores de sus lápices y la música festiva con su danza coreografiada.
Anna va en realidad del miedo y la incertidumbre, de la brújula imantada que chafa el plan del viaje, de la lágrima que se hace bola con la ceniza, de la suerte huraña que parece estar siempre en manos de otros, de la frialdad del impreso por triplicado y el vinagre que adereza el trabajo del funcionario.
Mi padre siempre decía que hay hijos que nacen del coño e hijos que nacen del corazón. Anna es de esta última opción, que no deja de ser una víscera más, pero que endulza la bilis de los otros órganos a los que se suele encomendar Gsús a la hora de contar.
Y ya para finalizar, me desdigo de todo lo anterior, este libro es una deliciosa historia de amor: amor incondicional a la mujer que acuna en sueños una piedra que sigue pesando al despertar y a quien, en un día de nieve, desconoce que acaba de nacer.
La sopa de estrellas comienza a hervir, ya empieza a tomar forma la pregunta hecha cada amanecer. Trenza aquí su poesía más amable el jardinero de Don Benito, como no podía ser de otra forma al estar dedicado a Anna, su hija, sin duda, su mejor poema.
Jorge M.Molinero,
prólogo a Anna (Capital Semilla),
de Gsús Bonilla
(Editorial Mankell, 2023)