Tal y como vaticinaban los pronósticos del tiempo ayer, se abrió hoy, tras tantos días de lluvia en mi mundo, una ventana de luz, y a empaparme hasta el fondo de ella salí... Mi Walden secreto, que la semana anterior, entre el orbayo y la niebla, me había parecido siniestro y amenazador, lúgubre y lleno de espectros y aparecidos, hoy era de nuevo, como por arte de magia, pura poesía y ensoñación, todo de ocre y amarillo, luminoso y onírico, un auténtico bosque animado donde cada árbol era un espíritu elemental pletórico de promesas, de revelaciones y símbolos, y así, radiante de sol de nuevo, llegué al pinar escondido, donde las tricholomas y níscalos brillaban como perlas sobre el musgo, pequeños tesoros, milagros de la naturaleza y la tierra... Demasiados hongos quizás -pensé, recordando el visionario ensayo de Handke que leí este verano, intuyendo que no me lo podría quitar luego de la cabeza, El loco de las setas-, pero ya que me ofrecen de nuevo la Copa, vamos brindar por última vez... Y otra cesta que llené, ebrio de serenidad y prodigios, y hasta la furgoneta luego con ella llegué para aterrizar volando de nuevo en mi nido... Ah, los hongos y las setas, los bosques primigenios y eternos, la jara y el musgo y los pinares y robles y encinas, me están volviendo loco, me pregunté, hasta el punto de no salir casi de ellos desde que terminé hace un mes la ruta, no sé, no sé...
Vicente Muñoz Álvarez