Los lectores de Vicente Muñoz Álvarez estamos de enhorabuena. Especialmente porque Regresiones puede que sea una de las obras definitivas de su autor. A la altura de su introspección más profunda, El merodeador (Baile del sol, 2007), o de su poemario más imperecedero, Animales perdidos (Baile del sol, 2013). Un punto y aparte en una forma única de entender la creación literaria en nuestro país. Sin concesiones ni estridencias, plagado de coherencia e intensidad, y por supuesto unido a una pasión y a una eficaz inercia muscular del que asume que la literatura no soluciona nada, pero lo cambia todo. Sumado a su ya consabida y siempre rebelde apuesta suicida por la literatura y la vida, entremezcladas en un permanente autobiografismo que persigue cambiar las reglas del juego y nuestra forma de mirar y mirarnos. Un desafío, literario y personal.
Regresiones se convierte pues en una especie de memorias precoces de un tiempo casi mágico. De su infancia en un León gris hecho color gracias a los cómics, las viejas arquitecturas (su relación con la Casa Botines nos recuerda que la realidad puede ser mejor que cualquier ficción), los cromos y las teleseries, a una adolescencia y primera toma de contacto con la música popular (de ese Todo empezó con los Cardiacos a formar parte de Veredicto Final), el cine (un recorrido por las películas eróticas y el terror), el sexo (Dedo es deslumbrante por su sencilla efectividad), la amistad (por estas páginas deambula prácticamente cualquiera que llegara a hacer algo creativo en el León de los 80), el alcohol y la noche, o la propia intuición de la muerte (He estado a punto de morir luego otras veces, supongo que algunas sin saberlo). En un continuo despojarse de elementos innecesarios, tan solo emociones sin coartada, entre la narrativa sobria y el lirismo directo, con el pasado como patio de recreo en el que zambullirse y hallar las respuestas a un presente que confunde o genera desgaste, y en el que autoafirmarse es casi un acto de supervivencia (Ahora disfruto del estigma y la lacra, me singulariza entre el rebaño y me hace plenamente consciente de mi condición).
Mirar atrás y recrearse en los detalles. Con una mirada lúcida y tierna, donde no hay que demostrar absolutamente nada a nadie. Vive tu memoria y asómbrate, afirmación rotunda de Jack Kerouac que Vicente Muñoz Álvarez hace suya aquí como dogma de fe, empeñado, ya desde sus primeras obras, en desenredar la propia vida como una gran maraña de lana, dejándonos presenciar la faena con curiosidad voyeur. Un atractivo tira y afloja con la memoria selectiva, los afectos personales y las distintas instantáneas de una vida que, aunque lejos, parece la de cualquiera de nosotros.
Y por supuesto, Regresiones es un positivo ajuste de cuentas con los héroes y mitos personales de su autor. Una larga lista que recorre con naturalidad lo popular y la alta cultura. Todo un particular muestrario, una guía esencial de esas influencias y pasiones más desatadas. Donde Hulk convive con Malcolm Lowry en igualdad de condiciones, lo que habla a las claras de la apertura mental de una obra y un autor que no cree en los encasillamientos o los lugares comunes. Quizá tan solo disfrutar del recuerdo, paraíso perdido que resulta fascinante desde un presente fabricado de crisis económica y desencanto. Leit motiv último de este viejo refugio atómico desde el que observar el brillo de la bomba. Y al que ha invitado a unos cuantos, convirtiendo el cierre, un epílogo colectivo, en el sincero hermanamiento de una generación que mira lejos.
Un canto a un tiempo que ya no volverá. De ahí su increíble magnetismo, su magia.
Julio César Álvarez
Nueva edición ampliada,
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