Bebimos de la absenta que nos ofrecía
la noche y sus esbirros.
Nos bañamos en lagos de lujuria
y compartimos dulces resacas
en las madrugadas de farra,
apoyados en las esquinas
donde mean los perros.
Inconscientes de la dictadura del tiempo
y sus compromisos,
manejábamos los hilos del destino
a nuestro antojo.
Descartamos las normas impuestas "por norma".
Nos abrigamos del frío al calor del neón
en los inviernos helados.
Subimos al Zeppelin de las ilusiones
sin escaleras hacia el cielo,
condujimos sin frenos
por el abismo de la locura.
Bailamos el rock and roll en la plaza del pueblo,
pasodobles en las verbenas de aquellos veranos
que guarda la memoria del recuerdo.
Mientras, en la radio
del ciento treinta y uno supermirafiori,
Bob Dylan endulzaba aquel momento.
Nos besábamos bajo el manto de la luna,
nuestros cuerpos desnudos
sobre la hierba de terciopelo.
Entonces todo era mágico,
diferente, único, distinto.
Y nosotros, los mismos que hoy,
deambulan acompañados
de los fantasmas que se filtran
por las grietas del sentimiento,
los que bebimos la vida de un trago,
los que ahora intentan,
aunque mueran en el intento,
recomponerla
en el puzzle de un sueño.
Rafael Haskel