Desde este bar junto a la carretera,
veo la vieja gasolinera abandonada
y los coches pasan veloces
como pasa veloz el eco de los días.
Me fijo en quienes los conducen,
en sus rictus serios y abatidos.
Es difícil encontrar gente feliz
un lunes por la tarde.
Algunos se pierden
buscando un horizonte de hielo,
otros giran
hacia alguna de las naves comerciales,
muchos, hacia el centro penitenciario.
Es todo tan triste.
Si al menos, heladas las chicharras,
sonara la armónica de Dylan.
Pero escucho sólo
el hipnótico siseo de los neumáticos
y el ruido de la tele al fondo de la barra
y a una chica que habla por el móvil
mientras toma una copa
y aparta suavemente
las volutas de humo
de un cigarro.
Antonio Javier Fuentes Soria