CUANDO YO ERA GRIEGO por TOMÁS RIVERO



Cuando yo era griego tenía una espalda
de cestos cargados de manzanas,
y llevaba una espada de lirio templado
a la cintura del día que nunca era mío.
Cuando yo era griego
apenas quedaban hombres en la tierra,
tan solo columnas de alabastro,
cimientos de templos pasados a cuchillo,
y arenas y cenizas, rescoldos aventados,
y una llama permanente en los ojos
que todo lo miraban
con asombro, con ira, con ternura.

Tenía yo piernas de acero y rumor,
brazos que sujetaban el cielo
cuando llegaban las tormentas
enviadas por dioses soberbios y excitados.
Cuando yo era griego
siempre había bosques petrificados
parados en el paisaje
como hombres que no supieron huir del pánico.

Ríos, sólo piedras,
y una honda
que buscaba la paciencia eterna
del nuevo día,
y con ella apedreaba al sol
por miedo,
a la luna por piedad,
y una vergüenza
que me nacía de la duda
de ser hombre.

Y las ciudades ardían.

Tomás Rivero


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