El hijo, de Gina Berriault

 

 

De Gina Berriault, otra escritora de culto para escritores que aquí apenas conocemos, se publicó en Jus no hace demasiado tiempo una selección de su libro de relatos Mujeres en la cama. De momento no los he leído. Pero sí he leído ya El hijo, otro descubrimiento de la editorial Muñeca Infinita, que prosigue en su línea de ofrecernos autoras poco o nada conocidas en España, y que no son bluffs ni decepciones (como sucede con un alto porcentaje del material que a menudo nos cuelan en las grandes editoriales), sino escritoras de muchísimo talento.

El hijo es una novela exquisita y algo breve (unas 150 páginas), escrita con sutileza y maestría, que nos describe la vida de una mujer desde el momento en que se queda embarazada y el padre, nervioso, inseguro, la abandona antes de que nazca el niño. A partir de entonces empieza a relacionarse con hombres, a buscar alguien a quien aferrarse, a tratar de reconducir su vida de madre soltera. Con ninguno parece llegar a nada firme, a un proyecto familiar de verdad. Quizá porque, al fondo, siempre está presente ese hijo que va creciendo y al que ella ama a unos niveles inadmisibles para lo correcto y lo moral: El amor que sentía por su hijo no era un engaño. Él era la persona a partir de la cual se planteaba la realidad; era perdurable y constante.

A medida que pasamos las páginas y vamos encontrándonos con frases que anticipan lo que podría suceder pronto (No bastaba con haberlo parido, no bastaba con ser su madre, ese vínculo no era suficiente. Las madres siempre forman parte del pasado, nunca del futuro), advertimos un fondo incestuoso en las intenciones y en el cariño de la mujer. El amor hacia su hijo, para ella, es lo más puro, lo más honrado, lo que está libre de los compromisos y las decepciones y los intereses propios de los tipos con los que se va relacionando. Sin embargo, ese cariño absoluto no está falto de otras taras en la relación: a veces muestra ira hacia él, o lo golpea cuando es niño, o trata de ningunearlo. Es como si fuera su amor verdadero, y por eso mismo hubiese tanta tensión entre ambos.

Gina Berriault analiza de manera ejemplar las derivas de una mujer que va dando bandazos, que no es que no sepa lo que quiere, sino que tal vez no puede entregar lo que de ella espera la sociedad. En un capítulo en el que su amante se ha ido de viaje y lleva semanas sin saber nada de él leemos:

Empezó a dar vueltas sin parar de fumar y llorar. Una mujer sola era, sin duda, una pecadora; había algo que, sin duda, no había hecho bien, o quizá lo hubiera hecho todo mal y la soledad se le infligía como un medio de llegar a comprender la enormidad de su pecado. Anheló el perdón de su hijo por aquella vez que lo había golpeado en la espalda, porque si él era capaz de perdonarla, eso podría desencadenar más perdones, el perdón de todos sus pecados, los que conocía y los que no.

Un poco después añade: Nadie la conocía tan bien. Lo que ocurre cerca del final no os será fácil de digerir. Hasta ahí puedo contar.    



[Muñeca Infinita. Traducción de Blanca Gago]

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