Una mujer llamó a mi puerta
me habló de Jesucristo.
Se quedó durante un tiempo.
Supongo que era agradable
tener un cuerpo caliente
al que abrazar en la noche.
Algo distinto
a las vísceras de un animal.
A la sombra nefasta
de ayeres de ceniza y hiel.
Algo distinto
a la gélida y fálica calidez
del cañón de mi escopeta.
Algo distinto
al sonido viscoso violento
de tu propia respiración.
Algo distinto
a lo que abrazar en la noche
cuando la tierra se preña
de escarcha y se escucha
un rumor trémulo y anciano
que estremece al mundo.
Con los primeros rayos
inmisericordes de sol
la vi subirse al Chevrolet
de un elegante vendedor.
Bebí café.
Lancé piedras a las vitrinas
iridiscentes de la iglesia.
Maté a un hermoso ciervo.
Me senté en el porche
a fumar mirando la carretera.
Lo único que vi regresar
fue al maldito invierno.
Javier Vayá Albert