Regresará la luz a tu casa.
Te hallará el alba tendido
con la desidia de quien
se sabe derrotado.
Como una vieja letanía
que aprendió el tiempo,
despertarán todas las voces
alejando los ecos callados
de una noche en fuga.
Desnudo de piel, calor y sueños,
arrastrarás tus pies
con el bagaje de todos tus pasos
hasta el patio donde surge el día.
Y allí, vestido de sol,
observarás tranquilo
tu minúscula existencia.
Absorto ante la realidad que reflejan
los ojos cuando miran al vacío.
*
Como una noche recién hecha,
la carne se despoja de su luz
quedando a oscuras
en el laberinto que el tiempo
va dibujando.
Algo en nosotros se rompe
con la lentitud con que avanzan
los días maniatados
en que morimos y nacemos
siendo otros.
Retazos de medias vidas,
encerradas en su propia pequeñez,
que nunca han sido nuestras,
y que sin embargo están, ahí,
vagando solitarias en la penumbra
que deja la memoria,
con la mirada errante, sobrecogida,
esperando el silencio que precede
al olvido último.
*
«Es aquí donde estoy,
tras las grietas de un yo parapetado
en las profundidades
de sí mismo».
José Luis Morante
Se abre lento el día
sobre la carne deshabitada,
que yace tranquila,
inadvertida a la realidad y al reloj
que han quedado suspendidos.
Vuelve al hogar la luz,
esculpida sin prisas,
a la par que el viento,
con la costumbre de quien
se sabe dueño de todo,
recorre los vértices
del silencio, vacío, cotidiano.
Sobre una cama sola
se adivina un solo cuerpo,
agazapado en mitad de su existencia.
Todo lo hace con calma, despacio.
Respira, se mueve,
se estremece, vive...
Como la vida que crece
en las calles.
Entre el sueño y la consciencia
súbita se despierta la mirada.
Y observa en su extensa quietud
los pasos breves del presente.
Hay un mundo devastado
tras sus ojos de agua.
La tristeza inacabable
de las cosas que se fueron.
Poco queda ya debajo de su piel,
salvo los restos de un naufragio
a pocos metros de la orilla.
*
«Te he sobrevivido suficiente
como para recordar desde lejos».
Wislawa Szymborska
La vida continúa, a pesar de mí.
Todo se marcha en algún momento,
con el dolor que deja la carne
que se arranca a la fuerza
cuando aún sigue latiendo.
Y así, con ese daño,
me he desprendido del yo que fui
mientras era conmigo.
Me lavé mi antiguo rostro,
mi antigua mirada,
y estrené zapatos de caminar
a solas, conmigo.
Y cuando quise salir,
hallé unos pies desaprendidos
de tanto estar parados.
Y a sus pies la sombra de otra sombra
sosteniendo unos huesos desgastados
que ya no podían roerse.
Debo decir que en este breve
espacio en que ya no eres,
he echado la vista atrás
una, dos, mil veces.
Y me alivia saberme huido
de aquel yo que he sido,
abandonado al abandono,
perdido en el olvido último
del tiempo que quedó sin tiempo.
Alfredo Perán Pérez, de Habitaciones de invierno (Olé Libros, 2022)