Este es el primer poemario publicado por Alfredo Perán Pérez. En él nos adentramos en las estancias de una casa en la que habitan los poemas y las ausencias, el amor y lo que debió ser el olvido.
Alfredo Perán Pérez se sitúa entre referencias explícitas a poetas de diferentes escuelas, más clásicos (Salinas, Cernuda, Miguel Hernández o Luis Rosales, Leopoldo María Panero, Gloria Fuertes, Ángel González), más cercanos (Margarit, Dulce M.ª Loynaz, Francisca Aguirre, José Luis Morante, Amalia Bautista) o lejanos (Pizarnik, Borges, Benedetti, Cortázar, Szymborska), filósofos (Camus, Cioran) y más canallas (Bukowski, Karmelo C. Iribarren) y algunas no tan explícitas, como Luis García Montero. Hay poetas de diferente escuela y músicos de varias generaciones y estilos, Pearl Jam, Pink Floyd, Ismael Serrano, L.A., Mark Knopfler, Bowie.
Los poemas se organizan a partir de la experiencia de un yo doliente, que mira a través de las ventanas desde dentro hacia afuera, como en la primera parte, «Habitaciones Interiores»: «La ciudad aparece encogida y silenciosa, / arropada tras las pareces desvencijadas / que la abrigan torpemente. / El tiempo queda pausado adentro /.../ a estas habitaciones interiores / donde apenas alcanza la luz de otros». Otras veces, desde la calle hacia dentro. Quizás sean estos los de más peso en el poemario. Alfredo P. Pérez dibuja una primera persona hecha de piel y de carne, que denodadamente se enfrenta al paso del tiempo que, si no al amor, tampoco detiene al olvido. Un eterno cuestionamiento personal («Tengo la débil sospecha / de que estoy solo»; «intentando sobrevivir a hoy, / intentando sobrevivir a uno mismo») que dirige la corriente hacia la tristeza.
Fue Gaston Bachelard quien propuso en La poética del espacio un reconocimiento de las estancias como un reflejo de la esencia humana. En Habitaciones de invierno podemos recrearnos en un museo de la intimidad, cuartos de espejos que fijan a las paredes lo que solo es perceptible en el interior. Cuando proclama que es un «corazón deshabitado» nos hace partícipes de la ruina y la desolación interior como quien admira la belleza del paso del tiempo que todo lo corroe. Un ejercicio de introspección que fija su bisturí en los afectos, en un amor que se derrumba y que se resiste a desaparecer, que se ancla a los cimientos de estas habitaciones.
Hay un poema en el que los puntos en común con la poética de García Montero quizás sean más explícitos: «Sé que era en este cuerpo de aquí. / Que existes bajo esta piel mía /... / Porque sin mi tú también / dejarás de ser. / Porque sin mí será / como si no hubiéramos sido». Aunque en estos poemas el protagonista no se presenta como un personaje de ficción, el poeta aparece como un sujeto escindido entre la realidad y el deseo, entre el amor y el olvido, entre la carne y el poema. El romanticismo sin manierismos de los poemas remite a una metáfora básica, la de habitar, que no está hecha de argamasa, cemento o ladrillos, sino de carne y deseo, de piel. En otro de los poemas encontramos recursos muy queridos de poesía de la experiencia: «Te confieso que he vuelto a encontrarte / en otros abrazos». La influencia de Pedro Salinas, por su parte, es especialmente apreciable en los poemas de verso corto: («En ti. / Contigo / Como dos relojes de péndulo»).
El recurso a lo más cotidiano, a la hoja en blanco, al gesto sencillo, es esencial tanto en la forma como para el contenido, la intención del argumento del poemario. Sería inconcebible una épica de conquista, una elegía a lo sublime cuando lo que se retrata es el vacío de unas paredes que fueron habitadas y que esperan volver a serlo un día. Es siempre más real admitir que «se ha colado la tristeza en casa, / con maleta de antaño y cuatro piezas de ropa vieja». La habilidad poética de Alfredo Perán Pérez consiste en integrar la reflexión sobre la vida y el amor, que no está tan lejos de Cioran, entre los cuartos, las puertas y las ventanas. Los recuerdos, el recuerdo en suma de alguien que se va cuando ni el corazón ni la cabeza están dispuestos a admitir el vacío de la ausencia. El complejo sentimiento debe ceñirse expresivamente a elementos cotidianos: «Pero poco queda ya de aquel YO / Tan solo una débil sospecha / de esta vida maniatada, / con el tiempo herido, / diluyéndose, / a punto ya de derramarse».
Si los primeros poemas son básicamente introspectivos, en «Habitaciones desalojadas» nos cuenta desde la pareja, desde la ruptura de una pareja. La sensación de fin que no termina de acabar es uno de los temas clave en una segunda parte: «Tú nunca mentías al despedirte, / pero jamás cumpliste la verdad de tu regreso». Pero no todo es naufragio, hay resurrección y esperanza, la experiencia vital de que el amor resurge, por mucho que pueda el dolor instalarse en las habitaciones de invitados. Un posible retorno, una esperanza que se resiste a morir, que anhela el roce de la piel y la comunión de las intimidades. Habitaciones compartidas que serán en la última parte, cuando lo carnal y sensitivo pasen a primer plano: «Te empeñas en vibrarme / la carne desnuda». La perspectiva de habitar de nuevo esta casa, porque «Mientras tú me recuerdes. / Podré encontrarte». La clave consiste en estar pendiente de las ventanas, desde donde llega la luz, donde se aloja el olvido y donde aparece el horizonte.
No quiero ser un recuerdo descosido (...)
Así que no me inventes
si sientes que algún día
vas a tener que olvidarme
antes del olvido último.
Francisco Javier Gallego Dueñas Rota, Cádiz.
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