La historia es perro. De esos marrones, paridos por mil perras distintas. Es de ladrido fácil, sin correa porque vive de la caridad. Es perro -obviamente tras enumerar lo anterior- veis pulgas. Me atrevería a jurar que alguno de vosotros os estáis rascando. La historia avanza hacia el martes, verano. Una ciudad inmensa, donde nadie es importante salvo los que salen en la prensa. Estoy segura que habéis visto algún titular, ¿sucesos? ¿política? Y discrepáis conmigo en eso de la importancia. Tranquilos, yo también siento que fracasé al utilizar esa palabra. La historia intenta avanzar más allá de vuestros complejos, regresa al perro sin dueño, que olfatea en una esquina. Un señor va distraído leyendo alguna noticia. Nuestro perro ladra, el hombre lo mira con desprecio y regresa al periódico. La historia se vuelve ruido, estruendo, una bocina de coche que no pudo frenar. El periódico cae manchado de sangre al lado de nuestro perro, que levanta una pata y lo mea. La historia se detiene en ese periódico sangrado, nuestro animal se echa encima. ¿Veis? al final, nadie más era importante.
Natacha G. Mendoza