UN ÁRBOL QUE TIEMBLA: Isabel Marina.



La poesía de Isabel Marina me recuerda las sugerentes palabras de Blanca de Navarra que sostenía que la melancolía «era lo propio de toda alma bien nacida». No sé si tenía o no razón Blanca de Navarra, pero en la poesía de Isabel Marina hay un alma bien nacida, una melancolía no exenta de dulzura y llena de piedad, tal vez a un paso de sentir como sentía Victor Hugo que «la melancolía es la felicidad de sentirse triste», puesto que su poesía es un canto íntimo y en voz baja, pero nítido, de amor ininterrumpido sustentado en una esencial percepción y expresión de la belleza. Así son constantes en ella no solo las reflexiones comunes a quienes vivimos esas mismas experiencias, y que comparte con una honestidad encomiable, puesto que no intenta impostar su sencillez comunicable con malabarismos «metafísicos» inextricables, sino también las «iluminaciones» en la captación de espacios y momentos para los que encuentra imágenes de alta y bellísima expresividad: «Ofelia ha muerto / y nosotros ya solo somos / el río que la lleva / hacia la eternidad».

Ángeles Carbajal


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