Los recuerdos, las emociones, los extravíos, las sensaciones... Cuántas ya, a estas alturas de mi película, héroes y villanos, musas y brujas, magia blanca y negra, maestros y decepciones, cuántos y cuántas... Llueve suavemente sobre el mundo esta tarde de septiembre gris, rodeado ya de calzado por todas partes, antes de marcharme a la guerra, y al echar la vista atrás, la verdad, me da vértigo todo, lo bueno y lo malo, lo que duele y acaricia la piel, lo que me ha dañado o hecho mejor la vida ahí, dentro de mí, subiendo y bajando, colocando y descolocando, burbujeando, y qué extraño, pienso, el camino y la ruta, el viaje y las luces, las cárceles y limbos de mi corazón, los gozos y las sombras... Lo que es, es, le decía a mi chica el otro finde que había aprendido un discípulo en 30 años de estancia en un templo budista, y ella, con sus ojos de cielo, se reía y asombraba y cuestionaba esa enseñanza por simplista, mientras yo le intentaba explicar que no tanto, que lo que es, realmente es, y que la clave y el secreto de la iluminación no es entenderlo o decirlo, sino encarnarlo... En esa encrucijada, como Romeo y Julieta, hijos de Uróboros y el Amor, estamos...
Vicente Muñoz Álvarez