Esta mañana, mientras tomaba un café, vi entrar a un señor papeles en mano mostrándolos mesa por mesa. Yo me encontraba al fondo, y en el camino hasta mí pude ver cómo absolutamente nadie le dedicaba un segundo. Tendría una edad de dos tercios de vida, camisa y pantalón de traje mínimo dos tallas mayor que la suya y un poso antiguo de dolor y sufrimiento en la cara. Arrastraba la existencia y los pies, ambos cansados. Antes de hablarme, con una mezcla de hastío, derrota y vergüenza, yo ya había empatizado con él y estaba rendido. Iba vendiendo en mano, a tres euros, unos poemas en unas pocas páginas. La poesía como medio de subsistencia, como excusa para sobrevivir. Qué triste.
Supongo que será porque mi naturaleza es abrazar siempre a quien más necesita porque menos tiene o menos ha recibido. Supongo que será también porque estoy emocionalmente "molt fotut", como dicen en mi tierra. Fuera poesía o no, yo quería (y necesitaba) ayudar a ese señor. No solo le compré un libreto, sino tres y le di diez euros con una sonrisa y una grieta por dentro tan grande como la que en él suponía. Jamás he visto unas gracias más alegres y una derrota tan mal vestida.
Alfredo P. Pérez