estuvimos en una fiesta, yo estaba
sentado, sin hablar, mirando alrededor
aún no te enterabas—como lo sabes hoy—
que yo no era un gran conversador.
otra noche salimos a un bar
del centro de la ciudad,
en el lugar todos bailaban mientras
nosotros estábamos sentados, porque
sabías que yo no bailaba ni aunque
me pusiesen un revolver para hacerlo.
alguien llegó y nos tomó una
fotografía— la cual años
después, cuando dejamos de salir,
una mujer con la que salía talló con una llave
arrancándome los ojos—aquella
noche cerramos el lugar y nos quedamos
bebiendo y charlando con el mesero
mientras nos servía whisky tras whisky.
después otra separación y de mi parte una lista
interminable de mujeres; unas buenas,
algunas lobunas, otras totalmente
desquiciadas, todo esto mientras tú
hacías lo tuyo y yo me dedicaba a
recorrer los bares de mala muerte de la ciudad.
algunas estadías en la cárcel,
luego un par de mujeres más, pero
de algún modo—que no sabría explicar—
terminamos juntos, nos hemos
mudado cinco veces de casa y tenemos
una niña de ocho años.
hubo una boda, firmamos los papeles
y sophia puso su huella en el acta de
matrimonio porque deseaba participar
en la ceremonia, ese día por la noche
nuestros amigos nos hicieron una fiesta
en la que los pocos invitados
terminamos bebiendo y charlando
agradablemente en el baño mientras amanecía.
nos queremos y llevamos el asunto.
sigo sin querer bailar, ni aunque me
pongan el revolver.
Albert Sihod