HAY FELICIDAD EN EL INFIERNO por SERGIO MAYOR



Lo diga Rilke, el hepatólogo o el arzobispo, no he de cambiar de vida.
Soy un tipo feliz. No hago metafísica. Fui feliz en las celdas y en los entierros de los niños. Fui feliz en el fracaso, la crisis epiléptica, el abandono de las mujeres y el suicidio de los amigos.
Con un puñal clavado, fui feliz. En los sótanos infestados de pulgas y cucarachas, fui feliz. A veinte grados bajo cero y a cincuenta grados de calor, fui feliz. En el avión que pierde altura, el motor en llamas, fui feliz. Amenazado de muerte por la Banda Moran, fui feliz. Apaleado y desangrado, fui feliz. Perdí la casa y el país: un asunto menor que no me afecta. Ya fuera Enoch Saumes, el más necio de los poetas, ya pactara con el diablo y conociera el futuro, sería feliz.
He blasfemado jubiloso en la barbería de los barberos yihadistas.
Estuve en el cielo, a la derecha del Padre y bien, nadie hubo más feliz que yo en el reino de los cielos. Estuve en el infierno, a la izquierda del Padre y bien, nadie hubo más feliz que yo en el reino del infierno.
Usted no me cree por mi carácter violento, y porque nunca sonrío, como si la felicidad tuviera que ver con la alegría, como si la felicidad no fuera, tantas veces, intensamente triste.
No me impresiona el imperativo de Rilke. Nada me decepciona. Hay felicidad en el infierno.
Todo el mundo cambiará de vida.

Sergio Mayor


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