Nunca se debería empezar una reseña por la conclusión, pero el IN. de Will McPhail es un cómic maravilloso. Es curativo y emocionante. Es divertido y profundo. Parece imposible que sea una ópera prima.
Sorprende en sus primeras páginas por su acercamiento original y desprejuiciado al slice of life (sí, nosotros también nos preguntábamos si la originalidad en ese terreno era posible). Sus reflexiones acerca del día a día y su mirada sobre los recuerdos que afectan al presente resultan novedosas. McPhail es uno de esos autores que procesan el mundo con el cerebro y los ojos de un mutante capaz de establecer asociaciones insospechadas. Puro extrañamiento. Es cierto que, por la ironía autocompasiva que proyecta en su acercamiento a las escenas cotidianas de su protagonista, su mirada puede recordarnos a la de otros autores de cómics autobiográficos como Jeff Brown o Joe Decie (cuyo estilo gráfico también recuerda vagamente al de McPhail), pero hay que reconocer que su humor es mucho más cerebral y complejo (el autor lleva años publicando chistes gráficos e ilustraciones humorísticas en publicaciones tan prestigiosas como el New Yorker). Respecto a este punto, aunque IN. no es un ejercicio estricto de autoficción, sospechamos que en su protagonista hay mucho del propio McPhail; en una entrevista reciente el propio autor confesaba que "por lo que respecta al humor, IN. es básicamente autobiográfico".
La base argumental es sencilla: Nick (trasunto del propio Will) es un ilustrador con escasa capacidad para las habilidades sociales y la empatía; un joven narcisista y con cierta tendencia hacia la autocompasión, que, desde su posición de confort (económico y social), intenta encontrarse a sí mismo. A partir de ahí, se desarrollan ciertos lugares comunes dentro de los relatos de “búsqueda interior”: la monotonía y la abulia existencial, el distanciamiento familiar, la falta de perspectivas de crecimiento laboral, el chico encuentra chica, la inseguridad personal, etc. Pero IN. marca las distancias respecto a otros cómics similares que hayamos podido leer antes gracias a su empleo de analogías inesperadas y metáforas visuales. Sobre todo, cuando la historia se acerca a su momento climático y McPhail introduce nuevos recursos creativos en su técnica gráfico-narrativa. Hay entonces algo que hace clic en la historia y la eleva a un plano de referencias simbólicas que convierten su lenguaje y su mensaje en universales.
McPhail es un dibujante dotadísimo. Incluso en su condición de autor realista (casi hiperrrealista, en algunos momentos) hay espacio para la originalidad y la mirada dislocada (como en esos ojos redondos y expresivos de sus personajes; o en sus cafeterías imposibles de puro verosímiles). Sin embargo, es en sus secuencias oníricas en color (el recurso técnico inesperado al que aludíamos más arriba) donde surge el artista con mayúsculas; tanto en su faceta gráfica como narrativa. Su plasmación simbólica de emociones verdaderas a través de secuencias alegóricas mudas es desarmante. No sólo por su capacidad para traducir visualmente sentimientos muy complejos, si no por la riqueza y la profundidad emocional de las metáforas empleadas para la descripción del desconcierto y el dolor. El despliegue visual de estas secuencias en color alcanza la categoría de gran arte. Se trata de un recurso simbólico que consigue dotar de iconicidad procesos interiores: una suerte de stream of consciousness traducido a un lenguaje comicográfico de micronarraciones alegóricas que se insertan con normalidad en un relato de vida en primera persona. Todo un hallazgo.
Hace tiempo que no sonábamos tan laudatorios, pero es que hace tiempo que un cómic no nos sorprendía y emocionaba tanto como este IT. de Will McPhail. Sobresaliente.