SIBERIA 2022-05-28 17:54:00

 



A VECES UNA PERSONA...



A veces una persona te salva la vida un día cualquiera, solo una vez y solo por un rato, pero con eso es suficiente hasta que otra persona, otro día cualquiera, te vuelve a salvar la vida solo otra vez y solo por otro rato, y luego viene una tercera persona, que pasaba por ahí, y sin querer, sin saberlo, te salva la vida por un día más, y así, milagrosamente, consigues pasar una semana, un mes, un año; y así, milagrosamente, consigues llegar a un momento en el ya no necesitas que nadie te vuelva a salvar la vida, al menos por una buena temporada.


En el 2013 unas cuantas personas me salvaron la vida. No fueron muchas, pero fueron las suficientes. A algunas les pude decir luego: "eh, tú, sí, tú, a ti te digo, aunque no lo sepas, aunque lo hicieras de pura casualidad, lo cierto es que me salvaste un día la vida, y te tengo que dar las gracias". Sí, dar las gracias es lo mínimo que puedo hacer. Mar un día me salvó la vida, Mar fue una de esas personas que en el 2013, cuando ya no podía más, me salvó la vida. Porque cuando llegué a ella yo no tenía casi oxígeno en mi botella, y estaba atravesando un lago subterráneo, oscuro, desconocido, sin final aparente. Mar no fue la que me dio la botella, la botella de oxigeno que tan desesperadamente necesitaba en ese momento, en ese preciso momento, pero hizo posible que otras personas me la dieran a mí. A esas otras personas (Luís, Ricardo, Ángel, Rubén) les pude dar las gracias luego, cuando ya había cruzado el lago, cuando ya caminaba por tierra seca y cuando ya se veía la luz de la salida de la cueva. Les di las gracias en su momento y les doy las gracias, calladamente, íntimamente, cada vez que me asusto al pensar que tengo que volver a meterme en una cueva, porque sé que ahora tengo una buena provisión de botellas de oxigeno, y que si me hacen falta, sé dónde puedo pedir más.  A Mar nunca la traté directamente, nunca le envié un correo ni le llamé por teléfono. Todo lo que tenía que hablar lo hablaba con Ricardo o con Ángel. Por eso nunca pude darle las gracias, y eso fue, pasado el estupor inicial, uno de los pensamientos más tristes y dolorosos que me vinieron a la cabeza (muy egoístamente) cuando hace meses Ángel me puso al corriente de la situación. Pensé (sí, puro egoísmo, lo confieso): no, eso no puede ser, no puede ser porque tengo pendiente darle las gracias por haberme salvado la vida, y ahora ya no se lo voy a poder decir. 

No sé cuantas personas se han quedado como yo, sin poderle dar las gracias. No sé si ella llegó a ser consciente de toda la gente que estaba en fila, esperando el momento de poder darle las gracias. "Nadie sabía quién era, pero todos la querían", dice Enric González. Tengo que añadir que ni falta hacía saber quién era, que, no sé si los demás, pero yo no necesité nunca saber quién era. Sabía que estaba ahí, dándole las botellas de oxigeno que luego Ángel o Ricardo me pasaban a mí, y con eso me bastaba. Sabía que la cadena que acababa con mis artículos publicados, la había empezado ella y que la cadena era tan fuerte y estaba tan bien fabricada que, aunque ella se soltara un momento, la cadena no iba a dejar de funcionar. Y eso era más que suficiente.

Cuando la vi en Barcelona, cuando le hice una foto sin saber qué era ella, cuando luego le pasé la foto a Ángel y le dije: "no tengo fichados a todos los que salen en la foto", cuando Ángel me contestó, señalando a una de las personas que salían en esa foto, "Esa es Mar, mi socia", yo solo pensé: Vaya, pues me hubiera gustado hablar con ella un momento, solo para decirle una palabra: "gracias". Pero pensé que ya tendría otra ocasión de verla y de hablar con ella y de darle las gracias, porque Jot Down no existiría sin ella y porque sin Jot Down, a pesar de otras personas que también me ayudaron, yo no hubiera podido cruzar el lago subterráneo y simplemente me hubiera quedado sin oxígeno a mitad camino. 

Lo sé, nadie que no haya estado en mitad de un lago subterráneo, notando como se queda sin oxígeno, puede entender a qué me refiero. Y no, no pienso decir que no se lo deseé a mi peor enemigo. Porque se lo deseé muchas veces. Deseé verlo muerto. Deseé matarlo yo mismo. Si pude escapar del odio fue también porque algunas personas me dieron lo que yo necesitaba en ese momento, que era simplemente un poco de aire en los pulmones, eso que cuando estás fuera de una cueva llena de agua es tan fácil de conseguir. Escapar del odio hacia los que han destrozado tu vida, y escapar del odio hacia ti mismo por dejar que otros destrozaran tu vida, y por sentirse culpable de tener una vida destrozada, es una de las cosas por las que tenía que dar las gracias a Mar. Y pensé que habría tiempo. Pero no, no hay tiempo. Y aunque sea totalmente inútil escribir esto, y aunque me haya resistido a escribir esto hasta ahora (sabiendo bien que resistirse era imposible), porque para escribir esto tengo que hablar de mí, de cómo algunas personas me salvaron la vida sin saber que me salvaban la vida, sin tener ninguna obligación de salvarme la vida, y yo no quería hablar de mí, porque hablar de mí no es importante, lo único importante es decir: "Mar, joder, no he podido darte las gracias", aunque sea absurdo decir esto, porque la muerte es despiadadamente cruel con los muertos, y los días pasarán y todos olvidaremos a los muertos aunque nunca los olvidemos (pero tendremos que fingir que los olvidamos para poder seguir viviendo), pese a todo tengo que decirlo, no hay más remedio y además es justo, aunque hablar de justicia aquí es una broma macabra, pero Mar, gracias. No sé si de alguna manera extraña en algún momento te llegó ese amor que todos te teníamos, aunque ni falta nos hacía conocerte. Espero que sí. No hay manera de saberlo, pero espero que sí. No hay ningún consuelo en esto, pero espero que sí.





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