En el vetusto paseo,
esta mañana,
el viento movía la hojarasca.
Por unos minutos,
he seguido
el accidentado ir y venir
de una pequeña hoja.
Un instante, en una farola,
después, junto a la fuente
o en los pies de alguna papelera.
Unos segundos de paz y,
de nuevo,
un guantazo seco
la transportaba a otro lado.
Debió sentir envidia
al verme ahí sentado.
A mí, ella,
me recordó a esa gente
que en vacaciones viaja demasiado,
a esa gente
que ha conocido todas las ciudades
y que nunca ha estado,
en el fondo,
en ninguna.
Antonio Javier Fuentes Soria