El tercer título de Muñeca Infinita, con traducción de Raquel Vicedo, contiene 12 relatos de la autora precedidos de un prefacio en el que incorpora otros pequeños recuerdos de su vida. Las historias que nos cuenta en el libro son autobiográficas: de hecho, en algunas ocasiones los otros personajes la interpelan utilizando su nombre real. Mediante la unión de estas historias, en las que predominan la calidad y el pulso adecuado para mantener el equilibrio entre lo que ocurrió y cómo uno lo rememora, Jo Ann Beard teje un tapiz en el que nos ofrece los momentos más memorables o impactantes entre su infancia y su madurez.
Uno de los que dejan huella es “Intimidación parental”, al menos en mi caso. En sus páginas nos cuenta la devoción que, con 3 años, sentía por su muñeco favorito, Hal, del que su familia acabó desprendiéndose por su estado sucio y ruinoso. Aunque contendrá bastantes dosis de ficción (o recuerdos deformados por el tiempo, dado que es difícil recordar tantas cosas a esa edad), es demoledor porque habla de cómo las faenas y los traumas de la niñez se nos clavan para siempre en la memoria. Al final, el padre dice que en tres días la niña ni se acordará de la existencia de ese juguete. La respuesta de ella, demostrándole a su padre que se equivocó, es este relato.
Otro de los más sólidos, muy célebre en Estados Unidos, es “El cuarto estado de la materia”, en el que se produce una masacre en la que muere uno de sus amigos. En declaraciones a Carmen López, recogidas en El Periódico de España, la autora comentaba días atrás que “las historias que vivimos en el pasado siguen marcando las decisiones que tomamos ahora”. En este relato Beard despliega su destreza al introducir varias situaciones domésticas que, antes de la matanza, ya le tenían abatida: su marido la ha abandonado, las ardillas se cuelan en su casa y su perra tiene leves ataques que a su dueña le interrumpen el sueño y la mantienen pendiente de la mascota en todo momento. Cuando el asesinato en masa llega, es otra muesca de dolor que añadir a su desasosiego.
En varios de los cuentos utiliza los saltos temporales como si fuera una hábil montadora de cine. Vamos de la infancia a la madurez y viceversa para comprender cómo era antaño el personaje y cómo es ahora. Aunque los hombres aparecen y desaparecen en su vida, como dicta el título (amigos, novios, maridos), son las mujeres con las que de verdad acaba conectando (amigas, primas, tías), las que configuran los cimientos de su vida, las que la escuchan, le dan consejos o la acompañan en sus tristezas. En “La hora familiar”, otra de las historias más logradas, entreteje la desobediencia de ella y de su hermana con la desaparición momentánea de su padre, que al final aparece en casa borracho perdido y lleno de magulladuras.
En sus historias hay hueco para el deceso de la madre (“La espera”), las diferencias entre el tiempo de flirtear con muchachos en su juventud y la desolación tras la infidelidad del marido (“Los chicos de mi juventud”), algunos momentos de ternura durante el matrimonio (“A contraveta”) o los recuerdos destinados a los abuelos (“Bonanza”). Jeffrey Eugenides dijo de Jo Ann Beard que es una autora fantástica y sólo podemos darle la razón. Os dejo con una cita:
Estaba espantada y mi aspecto me delataba. Volví de puntillas al dormitorio y subí de un salto a la cama. Me envolví con la sábana y me acurruqué en la posición en la que habitualmente duermo (fetal). Me imaginé que todas las personas de mi vida me abandonaban mientras me aseguraban que no me iban a abandonar.
[Muñeca Infinita. Traducción de Raquel Vicedo]