LUCEN DULCES LUCES por JOAN CASAVILA



No tenía nada que ver con los tripis ni con las setas. Lo de chupar aquel sapo era otra cosa, me dijo. Nada de tirarte seis o siete horas loco, qué va, la experiencia era mucho más corta: apenas duraba veinte minutos. Y el pelotazo… ahí estaba la diferencia crucial, el pelotazo era igual para todos… no hay un buen viaje o un mal viaje. Simplemente te mueres, y luego resucitas. Sí: muerte y resurrección, sencillamente eso. Es decir, te explico, continuó hablando, cuando te mueres o tienes una experiencia cercana a la muerte, lo último en apagarse es tu hipotálamo, y también es el mismo hipotálamo lo primero en funcionar cuando vuelves a la vida, cuando te reaniman, cuando resucitas. Muerte y resurrección, es lo que acontece cuando chupas un sapo (señaló su nuca con la mano, abriendo y cerrándola como si el hipotálamo estuviera destellando). Un reinicio, sí. Reiniciar tu mente. Un efecto único, una sensación limpia, y aterradoramente reveladora. Toda la euforia de volver a encontrarte a ti mismo, después de haber atravesado quién sabe qué oscuros o luminiscentes límites, esa emoción de empezar otra vez dentro de ti. Todos los que lo han probado dicen que te cambia, que ahora ya nunca volverán a ser los mismos… porque han vuelto a sí mismos tras deshacerse del lastre, el peso de las capas de polvo que ha ido acumulando su mente. Han vuelto a su ser primigenio.

Ya, claro, has vuelto. Pero has vuelto a ser tú mismo. Cualquier experiencia, por muy reveladora que sea, no es eterna. Puede dejar un poso, vale, de acuerdo. Pero al final olvidamos. Volvemos a ser lo que somos. Vamos a ver… te entiendo. Todos estamos muy jodidos a veces, igual algunos lo están todo el tiempo, te das unos cabezazos contra la vida y pierdes el gusto, la esperanza… a todos nos gustaría poder ser siempre nuestra mejor versión. Pero no podemos olvidar la férrea inmutabilidad del carácter, los machacones restallidos de cada corazón; de aquí a unos días, meses tal vez, a lo sumo un año, volverás a ser el gilipollas que eras; sí, ese maravilloso gilipollas de toda la vida.

¿Qué significa exactamente empezar de nuevo? Pues no lo sé. Pero sí me imagino qué bendiciones puede concedernos un solo lametón a la furfurácea piel aceitunada del sapo del desierto: un suicidio asistido por un augurio de retorno que, como terapia electroconvulsiva que moltura desgracias y ansiedad, nos brinda muerte y estrena un nacimiento, y como si de router wifi tras un apagón se tratase, vuelve a encender esas concomitantes lucecitas parpadeantes de la primera vida en nuestro hipotálamo, restableciendo tal vez todos sus parámetros predeterminados: ausencia de sufrimiento existencial y angustia, anulación de vicios, esponjosa bondad hacia nuestra decadencia con su atávica e infantil penetración, y quizá también, por qué no, una desatomización de los conductos anales que nos permita cagar de nuevo como dios manda, olvidarnos de las hemorroides.

Tengo mis dudas sobre este último punto.

Y yo… Yo también.

Bueno, en general casi todo lo que has dicho me parece una soberana estupidez. Pero da igual, dile a tu amigo, “el del sapo”, que no pienso chupar ese bicho, que paso… paso del ritual… Ese plan me acojona.

(Entonces, decidimos cambiar de tema. Y nos pusimos a hablar del camino de Santiago)

Joan Casavila


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