Busan, 30 de julio
Nos contemplan los ojos absortos de peces ya sin natación ni vida, y admiramos lo crudo cuando el pescadero les practica autopsias de puñalada por la espalda.
Los peces no saben del aire ni del viento, los peces son doctos en mareas y virtuosos de lo plata. Los peces siempre giran su torbellino de espumas y escamas prestigiando al oleaje con joyerías sin dueño. Los peces nos ofrecen su mirada más indolente cuando ya no se duelen de anzuelo, sobre los rompecabezas de hielo del mercado de Jagalchi, aquí, en Busan, mientras recorremos sus corredores de salitre hecho despensa y museo. Los peces nos advierten del peligro que bucea los confines de lo crudo. Los peces nos recuerdan que la humedad es silencio en que perdemos la voz para descubrirnos sobre la piel un acertijo de branquias como un festival de nudos.
Ha entrado lo crudo en tu boca, Corea. Has saboreado Neptunos disfrazados de pulpo y un coro de sirenas te ha llamado a lo oscuro. En tu boca, Corea, ha chapoteado lo crudo, y mi piel hecha de escamas ha muerto del acorde fácil que la mar le compuso. Soy un pez sin vida entre tus labios, por más que intentes resucitarme con tu boca a boca de pleamar, saliva y tabaco. Te comes crudo el pescado y yo en tu boca soy, a la par, un pez muerto y el familiar del finado.
Pablo Cerezal,
de Diario de Corea
(Versátiles, 2021)