Recuerdo lo mucho que disfruté con Los huesos del invierno, la primera obra de Daniel Woodrell que tradujeron en España. Luego vino la película y la edición de La muerte del pequeño Shug, pero fui aplazando su compra y ahora no creo que sea fácil de encontrar.
Bajo la dura luz es su primera novela y el inicio de su Trilogía de los Pantanos, que Sajalín publicará completa: un libro que mantiene desde el principio ese pulso narrativo que resulta envidiable en los escritores norteamericanos. El protagonista es René Shade, un ex boxeador metido a investigador en territorios pantanosos de Louisiana, un entorno por el que siento debilidad (quizá por mi obsesión con películas como La presa, Atrapados sin salida, Los rescatadores, Prisioneros del cielo y El corazón del ángel, entre otras), y del que aquí nos ofrecen algunas provechosas descripciones. Shade arrastra conflictos familiares que, para mí, son lo mejor del libro: mantiene relaciones tensas con sus hermanos; uno de ellos es propietario y camarero de un bar; el otro ejerce de fiscal. Cuando asesinan a un concejal, Shade tiene que husmear por ahí junto a su compañero How Blanchette en busca de pistas para resolver el extraño crimen.
Shade también arrastra un pasado que le pesa, pues aunque ganó algunos combates en el ring, la gente recuerda más sus fracasos, las palizas que le propinaron aunque él aguantaba asaltos con la entereza de Rocky Balboa. Por si fuera poco, vive encima de los billares de su madre. Todas estas cuestiones convierten a Shade en un personaje con miga, en alguien que sabe que a esas alturas ya no puede cambiar las cosas: la mayoría de los ciudadanos tienen una opinión sobre él, una imagen antigua que no se corresponde con la actual, y a veces sólo quedan los reflejos cuando las cosas se ponen feas y los planes se desbaratan (de ahí la cita inicial de la novela: es una frase del púgil Joe Frazier de la que Woodrell también extrae el título). A todo esto, un calor brutal y asfixiante abrasa en la novela a todos los personajes, como si estuvieran tratando de salir de las calderas del Infierno. Dos fragmentos:
Cuando se sentó en el asiento del copiloto, Shade dijo:
-How, ¿alguna vez te has preguntado si quizá, solo quizá, no estaremos haciendo de soldados para los señores equivocados?
La cara maciza e impasible de Blanchette se estremeció e hizo el gesto de cubrirse el labio superior con el inferior.
-No –contestó–. Porque somos de Frogtown y no somos tan ingenuos. No nos queda más remedio.
-Me alegra oírlo.
-Lo que quiero decir es que no teníamos lo que hay que tener para elegir esa otra vida, ¿sabes? Si no, estaríamos ahí.
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A Shade lo invadió una especie de tristeza impregnada de cariño. En parte porque quería a su hermano y lo conocía perfectamente, en parte porque no lo conocía en absoluto. La habitación oscura donde cada uno guarda sus convicciones y anhelos más secretos tiene una puerta cerrada a cal y canto. Cuanto más giras el pomo y más miras por el ojo de la cerradura, menos sabes y más tienes que adivinar.
[Sajalín Editores. Traducción de Diego de los Santos]