M. Yakovenko: Desencajada

Margaryta Yakovenko: Desencajada.

Caballo de Troya, 2020.

 


 

«Moverse una vez es moverse para siempre».

Clara Obligado, Todo lo que crece

 

 

Leí esta novela poco antes de la guerra que desde el 24 del 2 de 2022 contemplamos. Poco antes de que supiéramos situar en el mapa ciudades como Mariupol, Zaporiyia, Jersón, Lviv, Járkov. Poco antes de que su autora, Margaryta Yakovenko, afrontara quizá la tarea más difícil de su vida: contar, desde la distancia, los horrores que asolan su país natal, Ucrania.

 

«Aquel mes de septiembre mudé de nacionalidad como los grillos mudan de piel y abandonan su exoesqueleto seco en la rama de un árbol».

 

Ucrania. España. Ucrania. Más allá, el horizonte. Esa franja de sentido que arropa a los desterrados. Una orilla imaginaria que calma su soledad.

 

«Aceptas que la única tónica que rige tus días es la de adaptarte a lo desconocido. A la brutalidad de lo ajeno».

 

Yakovenko narra el hecho migratorio a través de sus veinte años en España, a donde llegó con siete. Y lo hace como una de las grandes, universalizándolo.

 

«Todo eso ocurrió después de la migración. Toda esa soledad crónica, todo ese abandono que yo no comprendía, que mi cuerpo rechazaba y contra el que mi mente confabulaba. El aislamiento. El desamparo radical».

 

La tierra que pisan los expatriados va cambiando de color: negro, naranja, rojo, verde. Tierra azul. Azul horizonte. El desgarro empuja el buque de los desencajados. Tu norte cabecea y la frontera es golpeada por el oleaje.

 

Desarraigo. No pertenencia. Incertidumbre. Pasos en falso. Desubicación. Pérdida. Vergüenza.

 

El duelo migratorio es una gangrena, un proceso que mutila y todo se lo lleva. La soledad merma tu esperanza de vida y te conviertes en producto etiquetado: extranjera. Huir se convierte en tu estado gaseoso, en tu forma de vida. Aunque dediques esfuerzos a entender tu dolor, este permanece inmune a tus operaciones quirúrgicas: no se desentraña.

 

«Lo que no sabía era que la nostalgia era la parte final del duelo migratorio. Es la parte que no se puede extirpar».

 

«Se necesita valor para aceptar que no regresarás».

 

«Mi cambio de pasaporte fue la confirmación definitiva».

 

Al recibir la nacionalidad neerlandesa, dije por error «creo que sí» en lugar de «lo prometo». Somos millones los desplazados. Vivimos bajo las alfombras, flotando como el polvo por las esquinas. Sin la mirada extranjera, un país no puede llegar a conocerse a sí mismo.

 

«Mi padre es ingeniero mecánico pero también es temporero, camarero, albañil y guardia de seguridad.

Mi madre es enfermera y empaqueta limones, limpia casas y sirve helados».

 

El país al que regresas no es el mismo que abandonaste, eso se sabe. Se nos olvida, sin embargo, que con el paso del tiempo nuestro lugar de destino también se vuelve otro.

 

Aceptar el desarraigo parece el único método de supervivencia. Existo. Muto sin rumbo. Aquí. No sé quién soy.

 

La literatura es otra forma de exilio y Desencajada un digno debut. Con perspectiva e inteligencia, esta novela nos habla desde las tripas.

 

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