Cuando con seis años quise ser misionera
negándome a ser monja, ya empecé a equivocarme.
Me sentía en la cima de la rebeldía
pensando que contravenía a sor Caridad.
Y así ha sido siempre.
Si una noche tomaba algo más que agua fresca,
me creía al día siguiente viciosa y disipada
y si algún pensamiento carnal me turbaba,
me sentía libertina, infiel y procaz.
Soy así. Me las cuelan todas y no me paso ni una.
No sé de qué mundo procedo ni a cuál creo que voy.
Lo que es cierto es que no cuadro en éste.
Soy como ese personaje que se sienta a la barra
a hablar con la chica que lo ha enamorado
y balbucea turbado porque ésa es la cosa
más atrevida y loca que ha hecho jamás.
Entretanto, tímida y cohibida
pero no ignorante del todo de mí,
deambulo con un aire fingido de frío desapego
y superioridad,
que esconda si puede el terror que me invade
cuando cada mañana aparezco de nuevo
en el gran escenario y empiezo a actuar.
Maya Mukti