Se oyen pasos. Arriba se oyen pasos. En el sótano, en la galería, en el desván, en toda la casa se oyen pasos: un ligero arrastrar de pies, deslizarse a lo largo de los tabiques, en las paredes, bajo la tarima y en los techos. Pasos de animales, de obsesiones, de merodeadores o insectos, pero pasos: inequívocos e irregulares pasos en el interior de la casa. No lo parecen, a veces, como un susurro o un silbido en los tabiques, algo acuoso, una corriente de aire o el agua en la tubería, quizás, porque las casas viejas, los caserones de pueblo están llenos de extraños ruidos, inmemoriales vigas que crujen, que crepitan, ratas en el sótano y en el desván, polillas, arañas e infatigables termitas. Es el pulso, la respiración, la vida interior de la casa, compuesta por cientos de diminutas criaturas, pequeños e inquietos corazones latiendo al compás del reloj de pared, que monótono, obsesivo, desgrana en el salón las horas...
Vicente Muñoz Álvarez,
de El merodeador.
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