Como un anticipo ominoso a Cien años de soledad, síntesis de todas sus obsesiones y premoniciones, Gabriel García Márquez escribió para Luis Alcoriza el guion de Presagio (1975), una de sus más redondas e impactantes películas, que ha resistido con sobresaliente la prueba del algodón, mejorando, con el paso del tiempo, como los vinos de las cepas más viejas.
Con una impresionante fotografía, unas interpretaciones de lujo y un fantasmagórico pueblo azotado por el viento y el sol (Vetagrande, en el estado mexicano de Zacatecas, donde también se rodó Gringo Viejo), Presagio es una alegoría siniestra de la necedad humana, nuestro fanatismo y ofuscación, y de los desastres que, como una caja explosiva de Pandora, puede desatar: va a ocurrir una tragedia, dice alguien en algún sitio, y el mero rumor de la alarma la desencadena...
Todo ello perfectamente extrapolable, no solo a la Historia de los países iberoamericanos que Gabo tan bien conocía (y temía), sino también a la pandemia y actual crisis económica y de valores, caldo de cultivo para los extremismos y la especulación.
Entre lo mágico y lo metafórico, la superstición y la histeria, lo religioso y lo pagano, la película de Alcoriza transmite, más que ningún film de terror al uso, desesperación y angustia, claustrofobia y miedo ancestral al nosotros, la especie humana, capaz, como Uróboros, de devorarse sin darse cuenta a sí misma.
Una obra maestra del cine mexicano de los años 70, que merece la pena, justo ahora, desempolvar.
Vicente Muñoz Álvarez