SER ÁRBOL POR SER NIDO por MÓNICA MANRIQUE DE LARA



Es posible que la mirada atenta y comprensiva hacia el otro sea el lugar más complejo y avanzado de nosotros mismos. De este modo, la fusión de toda creencia, lengua, idea, percepción, raza, corazón, cultura, sería también la supremacía de todas ellas; como un recogimiento hacia el estado primero del germen, su quietud, escucha y silencio. Lo que daña es esquivo.

El proceso de desposesión consciente y pretendida, en cualquiera de los ámbitos del ser y de las circunstancias que dan forma a su existencia, podría conllevar un sendero de aligeramiento de los conceptos, de tal modo que, más tarde, pudiesen derivar en presencias, horizontes e ideas libres en continuo desarrollo. Dicha derivación queda dispuesta para ser experimentada y sentida con agradecimiento, curiosidad y asombro, con la consecuente renovación de sentido. El proceso de desposesión consciente y pretendida es distinto y lejano al de negación y renuncia, y es semilla de la oportunidad y contemplación de nuevas realidades individuales y colectivas. Quizá sea ésta una vía, como anhelo de verdad, hermanamiento y esperanza, a través de la cual atisbar el retorno al sol del nido, lugar primero que preserva, ama y custodia cada uno de los nombres, posibles o imposibles, y de los corazones únicos destinados a portarlos. El destino, distinto del sentido, no tiene por qué ser interpretado como un fin en sí mismo; cuando ambos, destino y sentido, convergen, el resultado es la realización y la dicha, cuando divergen hallamos exilio. La idea de desposesión y la de exilio mantienen vínculos estrechos, pero hay una diferencia esencial que las separa: la desposesión no implica necesariamente desplazamiento. Sin embargo, el exilio, voluntario o forzoso, como modo de desposesión que conlleva desplazamiento de un centro quieto, estable y nutricio, es a la raíz, al árbol, al nido, la oportunidad de una migración, a menudo desgarrada y dolorosa, pero siempre dignificada en el proceso implícito de búsqueda, y con algo de fin y fortuna, de polinización, hallazgo y encuentro.

Podría quizás, con anhelo, decirse, que acaso existan ámbitos de liberación para el pájaro encerrado en su pequeñez vertiginosa y limitante, temeroso y sobrecogido en el viento. Ser árbol por ser nido, ser raíz por ser árbol, ser rama por ser fruto y ser aire por ser al fin pájaro.

Mónica Manrique de Lara


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