(O una ventana que se abre a una vida ajena)
Hace tiempo que reflexiono sobre la naturaleza de los prólogos y su importancia, así que cuando comencé a pensar en la obra de Vicente Muñoz lo hice desde el convencimiento de que un prólogo no hace mejor un libro (al igual que una crítica, sea de quien sea, no nos engañemos), en contra de lo que se crea en algunos círculos, pero sí puede hacerlo peor, no cabe duda, así que asumí el reto de intentar que estas líneas no desluzcan la obra que preceden.
Vicente Muñoz Álvarez es uno de esos autores que requieren de pocas explicaciones a priori, pues su identidad literaria está más que definida y una larga lista de títulos lo avalan, creando así una trayectoria firme y una obra consistente como pocas lo son en gente de su edad (muchos son los casos de autores que no entienden el ritmo propio que sustenta el mundo literario y que se dejan llevar por las prisas o el exceso de sed de notoriedad, y es exactamente en esto donde Vicente Muñoz se distancia y con enorme perspectiva sabe que es una carrera de fondo este universo literario, y que a cada libro pone una baldosa más para sus seguidores y quizá para su camino de retorno, nunca se sabe).
El autor de este merodeador posee una innata capacidad para narrar escenas de la vida cotidiana, algo que inexorablemente lo une a la corriente realista; Eloy Fernández Porta ya incide sobre la peculiar percepción del mundo de Vicente Muñoz en el prólogo de Golpes. Ficciones de la crueldad social (edición de Vicente Muñoz Álvarez y Eloy Fernández Porta, Barcelona, DVD, 2004) y lo sitúa como uno de los cultivadores del nuevo realismo en España; “obsesivo” y “bernhardiano” son otras de las características por él señaladas, y aunque sí hay mucho de esto en la obra de Vicente Muñoz Álvarez, existen en ella muchas cosas más, como ahora veremos detenidamente.
Poeta de la conciencia, autor adscrito al nuevo realismo, poeta intimista, editor de fanzines… quizá estemos ante uno de los autores más camaleónicos en los tiempos que corren, y esa conjunción de géneros y estilos le hacen a su vez más equilibrado para el lector, más cercano también, capaz de contar con precisión cualquier tipo de situación. Esta conjunción estilística y de maneras de contar se puede ver con claridad en su libro Perro de la lluvia (Irún, Iralka, 1997); allí, un compendio desmesurado de formas narrativas toman forma y viajan de la más cristalina realidad al delirio sin mostrar fragilidad alguna, consistente siempre, mostrando un dominio del arte de la narrativa propio de los grandes del género, grande también en cuanto que es capaz de reírse de su propia vida. Los que vienen detrás (Barcelona, DVD, 2002) cuenta con todo lo ya mencionado (como es propio de todo autor de voz reconocible) e inaugura una de las “marcas de la casa” en la obra de Vicente Muñoz Álvarez: la fusión de prosas e ilustraciones en un mismo libro (un magistral Miguel Ángel Martín pone rostro e imágenes a las narraciones); éste es, sin duda, uno de los libros más significativos en la bibliografía del autor y, por qué no decirlo, en el nuevo realismo español del s.XXI.
Pero hablar de Vicente Muñoz no es hacerlo solo de prosa, es también hablar de poesía. Privado (Tenerife, Ediciones de Baile del sol, 2005) es una magnífica antología que recoge la esencia poética del autor y da testimonio de su capacidad para redescubrirse y mostrar bien una conciencia social admirable, bien un estilo exteriorista, bien un lirismo que arranca de lo más hondo para llegar a lo más hondo del lector, algo que experimenta también en Parnaso en llamas (Tenerife, Ediciones de Baile del sol, 2006). Canciones de la gran deriva (Gijón, Ateneo Obrero de Gijón, 1999) y 38 Poemash (León, Vinalia bolsillo, 2000) ya habían mostrado los distintos perfiles del autor, pero en la mencionada antología una nueva identidad, oculta bajo el título “vidas paralelas”, se aproxima con tanta consistencia que uno no puede más que sorprenderse ante tanta capacidad de innovación y a su vez tanto dominio del ritmo narrativo.
Vicente es, además, motor de proyectos como Tripulantes. Nuevas aventuras de Vinalia Trippers (Eclipsados, 2007), Resaca/Hankover (Caballo de Troya, 2008), 23 Pandoras. Poesía Alternativa española (Baile del sol, 2009), Beatitud. Visiones de la Beat Generation (Baladí, 2011) o El descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis Ferdinand Céline (Lupercalia, 2014). La vinculación de Vicente Muñoz a estos proyectos colectivos dice mucho de sus intenciones literarias, de esa necesidad de mostrar al público a aquellos autores a los que considera cerca y de devolver a la literatura lo que ésta le da cada día en forma de atinadas invitaciones al lector.
El merodeador es uno de esos libros en los que el lector puede verse reflejado, en él puede sentir que observa tras una ventana las aventuras y desventuras vividas por el protagonista del mismo, como si de un mirón se tratara, sintiendo el corazón palpitar a cada instante ante la siguiente página. Ese reflejo se deriva de una sensación que le recorre de principio a fin, como si reconociera con claridad el tono, como una canción que conoce y no puede dejar de tararear, un grato aroma que reconforta, una canción que dice amor (y desamor), desasosiego (y paz) y ternura (y desolación).
El lector se va a sumergir en un espacio en el que ya habitan autores como Pavese, Castaneda, Bernhard (sí, sí, sí), Osho, Céline, Unamuno (también), Pascal… y este hecho y pluralidad en el uso de las citas no hace más que definir la propia identidad de Vicente Muñoz Álvarez, abierto siempre a todo aquel que diga algo y lo diga bien, expuesto sin recelos a todas las tendencias y a todos los vaivenes de la propia vida. Y en él también habita Pessoa, y con él su desasosiego, el mismo o uno semejante al que domina el libro, el que introduce al lector sin previo aviso en una cadencia musical de sentimientos. Este tono constante no termina con la última de las páginas del libro, pues su estructura circular le llevará de nuevo a la primera página, a la primera cita, a la primera presencia.
Para aquel que sea amante de las clasificaciones y que no pueda soportar la presencia de la duda antes de iniciar la lectura de un libro, debo añadir que nos encontramos ante una novela, compuesta de capítulos que podrían ser leídos de forma independiente, eso sí. En ella el autor parece distanciarse de la acción a través de la voz de su narrador (en tercera persona), pero no debe engañarnos este juego de manos, pues no es otra cosa que convertirse a sí mismo en personaje, capaz de ficcionar su propia vida. Esta distancia es una de las características propias de los autores exterioristas, aquellos que pueden narrar aspectos vividos con una mirada casi ajena, de aquel que presencia la escena pero no la vive, de un mirón, de un merodeador. El uso puntual de la inicial como muestra de identidad asume la presencia de otros autores y otras lecturas en la propia obra (otras visitas); Kafka, Blanchot, Auster… desfilan por estas páginas y nos ayudan a entender la cadencia del desasosiego, el tono constante del que vive y es observado. Una vida para ser observada, una ventana para entender una vida. ¿Alguien será capaz de no mirar?
Ignacio Escuín Borao
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