Por una vez, y sin que esto sirva de precedente, tengo la respuesta a esta encrucijada: apostar por la escritura y por leer “Nunca besarás a una cherokee” porque esa india te morderá el corazón y entenderás la legitimidad de su odio. La poesía con mayúsculas, y este libro lo es, ofrece la pureza y la soledad de un desierto ilimitado para sentarse a contemplar la belleza eléctrica que atraviesa el esqueleto de los pájaros. Pedro escribe hasta la extenuación. Me lo imagino en su casa con las persianas bajadas en una habitación a oscuras y de fondo sonando, muy bajito, Johnny Cash. Pasan las horas y los días, y él necesita contar cómo los animales imperfectos que le nacen de los dedos ansían la resurrección en esa Norteamérica de 27 segundos, esa terrible necesidad de acabar con un poema donde la lluvia seguirá cayendo hasta la segunda venida de Cristo.
Roberto R. Antúnez