Entrelazar las manos
es a veces un acto revolucionario
contra la propiedad privada.
Cuando lo hacemos
dejan de ser tuyas o mías
y el sentido del tacto confunde los límites
del singular.
Nuestros dedos son así engranajes de una escultura constructivista y viva
que se expande y se pierde
en un cielo de ladrillos.
Se desvanecen los contornos privativos.
Nos reinventamos como ingenieros
del desconcierto.
Surge entonces
una geometría sin dueños
un instante
que Rodchenko
sin duda
querría apresar.
Loida Ruiz Rodríguez