FANTASÍAS DE BOLSILLO: RELATO FINAL










  VIAJE AL PLANETA ROJO



Un infierno de suave brisa llega en otoño
y un helado e invernal verano se tiñe de rojo.
Y comprendo que la migración es necesaria,
y comprendo que la vida se enciende y se apaga.







PRECEDENTES
Hace un año que me trasladé a vivir a Nagcity, la antigua capital del vetusto país de Dinamarca llamada en el pasado Copenhague. Emigré a esta metrópoli huyendo de la vida en el subsuelo por las insoportables temperaturas que provocaba un exterior desolado y con un perenne y bochornoso calor e incipientes cánceres de piel, pese a que la ciencia ha encontrado cura para la mayoría de patologías, sean o no mortales.
El profundo cambio climatológico que hizo avanzar el desierto de Sahara hasta el norte de la añeja Francia, obligó a mis antepasados a cohabitar en una ciudad subterránea; en la que ha medida que fui creciendo me fue insoportable morar por un problema claustrofóbico de difícil cura.
Me desplacé a esta privilegiada metrópoli con mis escasas pertenencias a cuestas: algunas prendas de vestir, contados recuerdos, una Samsung Sup-galaxy 3000 Tab, y una colección de nanos BLUE-RAY. Estudié Ingeniería de Telecomunicaciones Externas; con mi especialidad no fue difícil el cambio de hábitat.
Mi ascendencia era oriunda de la antigua España, en concreto de Lencity que, en un antediluviano pasado, se llamaba Valencia. Yo nací en su homóloga subterránea, aunque por mis venas existe una mixtura ucraniana, haitiana e iraní. Algo tan normal en la raza humana, junto con la ausencia total de vello en el cuerpo a partir del tercer milenio de la era cristiana.
Esa fecha marcó la inexistencia de fronteras entre los países. Los ancestrales idiomas se desvirtuaron como unidad y se fusionaron entre ellos. Al final imperó el más hablado: el “spanglish”, pese a que en muchos hogares se sigue chapurreando las prehistóricas lenguas.
La tatarabuela, de una de mis tatarabuelas, bueno, una de mis antiguas predecesoras, que vivió más de cien años a caballo entre los siglos XX y  XXI. Fue una escritora de renombre y, aunque, desconozco su verdadera identidad, sé que utilizaba el seudónimo de Helen Miller en sus novelas.
En su diario y en algunas de sus novelas, vaticinó muchas de las cosas que sucedieron tras su muerte. Parte de su valiosísimo testamento está comprimido en una docena de nanos BLUE-RAY que siempre llevo conmigo, y que mi madre me regaló cuando cumplí dieciocho años… Igual que lo hizo con ella su madre. Igual que lo hicieron todas las mujeres de mi familia con sus hijas.
Tenerlos cerca, hacen que me sienta bien y que no olvide la historia que me precede. La tecnología actual es prodigiosa: conecto un nano chip desde el BLUE que quiero visualizar a mi oído y, de súbito, aparece frente a mí una holo-screen que escucho a la perfección, e incluso puedo elegir el tema que deseo ver o añadir comentarios, gracias al virtu-tec.
Estos adelantos se extienden a las comodidades domésticas. Cuando salgo de mi apartamento, miro el nimio panel de control y escojo mi objetivo: higienizar la totalidad de la vivienda, cambiar el color de los lienzos de las habitaciones, desinfección de los enseres, optimizar la temperatura… ¡Qué dirían mis abuelas si vieran que no hace falta dejarse las uñas barriendo o fregando la vajilla!.
Pero, con las historias de Helen, siento que revivo ese pasado ceniciento y de infinitas permutaciones en la humanidad.
La voz de Helen me recita pasajes pretéritos concentrados en diversos soportes informáticos y, todavía, mucho más… Fue tan meticulosa en dejar retratada toda la Historia de las Generaciones, desde sus orígenes, que me considero una privilegiada: soy uno de los pocos humanos que conocen la existencia del Homo Sapiens o el Australopithecus con las primeras grandes migraciones desde el mítico continente africano. Además, cuento con sus predicciones, todos reales como si ella misma los hubiera vivido.
Reconozco que, Helen, hace hincapié en su época porque fue el comienzo del eterno final... A esta memoria histórica que vive adosada a mis bártulos, añadiré algo que aún es más relevante: las aportaciones que sus sucesoras, o sea, otras de mis antecesoras hasta llegar a mi madre, han ido añadiendo a su legado. Desde mi décimo octavo aniversario, soy yo la que anoto los acontecimientos más sobresalientes que se suceden en el día a día de mi enfermizo planeta.


EL DECLIVE DE LA HUMANIDAD
El principio de la decadencia humana sobrevino cien años más tarde de la destrucción masiva de “Las Escuelas del Orden” en el primer cuarto del pasado milenio. En ellas se experimentaba con los humanos como si fueran verdaderas cobayas de laboratorio.
Cuando por fin, hacia el 2055, quedaron destruidas, llegó el caos… y después la calma: siete siglos de paz y armonía que se truncaron con el impacto de los restos de la MIR en la prehistórica y emblemática ciudad de New York. Aquello provocó la alerta mundial que desencadenó la fatídica TERCERA GRAN GUERRA.
Los países poderosos se aislaron, y los menos avanzados comenzaron un progresivo aislamiento… La evolución pacifista de las últimas décadas, retrocedió sobre sí misma como los cangrejos que caminan hacia atrás, guardando sus espaladas en vez de guardar las del futuro de todos. Pese a existir unos Jueces Preferentes, que se suponían eran las máximas autoridades terrícolas, los antiguos países habían hecho sus propias cábalas, por lo que pudiera suceder… Y, la mayoría, estaban armados hasta las cejas.
Pocas tierras se libraron de las sucesivas oleadas de explosiones nucleares y menos, los humanos que pervivieron. Hogaño, todavía no hemos descubierto si las continuas incursiones en el cosmos o las armas utilizadas para la destrucción de las “Escuelas del Orden”, fueron la causa de la sempiterna reacción en cadena en el desguace espacial… Pero, de inmediato, las continuas colisiones de pedazos obsoletos de naves, estaciones espaciales y otros objetos pululantes por nuestra órbita, concluyeron con la destrucción de New York bajo el impacto de la MIR. Y, sucesivo, la paz que se había ido fraguando durante tanto tiempo comenzó a desvanecerse tan rápido como las inexistentes gotas de lluvia en los áridos y progresivos desiertos.
La UE fue el continente elegido, quien sabe si por capricho divino o por puro azar… Pero, parte de sus habitantes, fueron los únicos supervivientes del planeta, e impidieron que la raza humana se extinguiera.
En 2112, muchas de las comunicaciones dejaron de funcionar y, gracias a Internet, los supervivientes pudieron comunicarse entre sí y reagruparse en los territorios más seguros: libres de radiación nuclear o con una toxicidad mínima que no lesionaba, en demasía, a los seres vivos.
 Medio siglo antes, los grupos de personas que habían decidido exponerse a la inexistente ozonósfera a cambio de poder contemplar, de tarde en tarde, los tímidos y fugaces rayos solares, y que vivían en especies de comunas de la manera más primitiva y natural posible, a excepción de la tecnología y la ciencia que seguían desarrollándose con un ritmo de progresivo fulgor, fueron los más favorecidos.
En una de ellas, ubicada en una montaña cercana a Lencity, vivía por aquél entonces la centenaria Helen Miller con su familia: mis antecesores. Gracias a ellos existo y puedo contar parte del pasado que nos ha llevado a la actual sociedad.
Lo que no sabían mis prehistóricos ancestros, es que llegaría un día en que la mayor parte de su hermoso planeta “Tierra” sería inhabitable por la extinción total de la capa de ozono, que empezó a incidir mortalmente bajo el espeso velo de polución, y por las secuelas de la radiación atómica de las sucesivas bombas que explosionaron en la TERCERA GRAN GUERRA.
En el año 2800 el avance desértico y la radiación fue tan maligno que la floreciente Lencity comenzó a desmantelarse mientras se construía su homóloga en el subsuelo. Una década más tarde la Luna fue colonizada. Y por fin, en los albores del tercer milenio el hombre pisó Marte y, tres lustros después, la ocupó.
Inmediato a esta colonización y a los viajes interestelares desde la Tierra a Marte y viceversa, nuestro planeta experimentó una plaga venida del exterior que debilitó a los humanos: su piel se pudría y sus principales órganos dejaban de funcionar.
La omnipotente ciencia nada pudo hacer al respecto, y lo que surgió como una nueva patología sin importancia,  se convirtió en una epidemia mortífera, que eliminó a la mayor parte de población de nuestro planeta. 
Sucesivo, las comunicaciones con los colonos de nuestro satélite y del planeta rojo, se debilitaron hasta esfumarse como los deslumbrantes cometas que aparecen tan rápido como se eclipsan. El “spanglish” se consolidó y los supervivientes se agruparon en los únicos cinco puntos habitables: Nagcity, Lencity y Reycity –Reykiavik- en la prehistórica UE, y Vancity –Vancouver- y Montcity –Montevideo- en el continente Americano. Nada ni nadie sobrevivió a la terrorífica  pandemia, venida del maldito Planeta Rojo –como susurraban los ancianos-, en África, Asia, Oceanía y la Antártida.
Pero la catástrofe, no sólo se llevó a la mayoría de los supervivientes humanos, sino que también atacó a los animales y a las especies arbóreas. Lo que incrementó, todavía más, las rigurosas temperaturas. El apocalipsis estaba en marcha, y para intentar sanear tierras contagiadas, tuvimos que perder mucha de la valiosísima información de nuestros antepasados, lo que incluía desarrollo tecnológico y científico. Por suerte, aunque se extraviaron muchos descubrimientos, otros pudieron recuperarse. Y, en pocos años, las innovaciones se restablecieron en todos los campos del saber.
La vida siguió su curso y, las prioridades, pasaron a ser la rehabilitación de los territorios radioactivos y la erradicación de las enfermedades.  Pasadas unas décadas, la descodificación completa del ADN humano posibilitó la curación de cualquier enfermedad; pero, a cada paso que se avanzaba, surgían nonatas y abundantes patologías venidas del exterior o causadas por la radioactividad cercana. Lo que suponía que un nuevo reto para la investigación.
Se hacían vuelos de reconocimientos a distintas partes de los territorios proscritos con la esperanza de que el tiempo fuera curando la enorme y desoladora llaga que había hecho sucumbir a gran parte de los seres vivos de ambos hemisferios. Pero los enviados, siempre traían muestras idénticas a las anteriores con nula recuperación de la vida, las tierras y las aguas.
Los científicos no se explicaban por qué la Tierra, que siempre se había auto sanado a lo largo de su dilapidada existencia, en esta ocasión no readicionaba. Era como si se hubiera cansado de soportar un sin número de daños infringidos en su organismo desde el nacimiento del hombre.


LA CIUDAD DE LAS CÚPULAS CRISTALINAS
Nagcity es bellísima: veinticinco grandes cúpulas de alturas extremas, como los antiguos rascacielos, de cristal velado y forma piramidal, nos aíslan del exterior. En esas latitudes el cielo está menos encapotado, y el Sol, de vez en cuando, asoma su pávido rostro. La temperatura es semejante a la de la vida en las prehistóricas sabanas tropicales. La alternativa de los arquitectos a la inexistente capa de ozono, fue, por suerte, crear su homóloga a ras del cielo y no en las entrañas de la tierra, como en Lencity. El resultado era muy gratificante.
Cuando te sientes sumergido en la opacidad de lo más profundo de tu ser, alzas la mirada hacia lo alto de la inmensa pirámide cristalina que te protege, y, tras inhalar y exhalar, con traquilidad, varias veces… Si eres imaginativo, o conoces historias como las de Helen, por unos minutos, puedes experimentar la maravillosa sensación de caminar sobre las nubes.
Las viviendas son construcciones entre treinta y cien plantas, todos ellas imitando la parte de la cúpula en que se encuentran. De esta manera se aprovechan los espacios al máximo.
Mi hogar era el más pequeño y, por ende, el más elevado del bloque; situado justo en el centro de una de las pequeñas cúpulas periféricas a la central y ubicada en el último piso, podía contemplar el exterior un poco más cerca que mis vecinos.
Desde mi nuevo emplazamiento me comunicaba a diario con mis padres. Encendía la tele-mural en la estancia comedor, pulsaba un código a una hora predeterminada y, al instante, me conectaba con ellos a través de la inmensa pantalla. Al final de cada mensaje acabábamos apiñados en la pared como para poder sentirnos…
Kart -mi padre- se pasaba a diario por el centro de investigación psiquiátrica. Quería comprobar los avances contra mi especial claustrofobia, que residía en morar bajo tierra y no poder vislumbrar el cielo, aunque fuera encapotado de lluvia radioactiva o de nubarrones oscuros como la noche más sepulcral.
Úrsula -mamá- si lo comprendía porque, en ocasiones, también anhelaba estar en el exterior y mecer su cuerpo al son del aire y de las hojas de los árboles existentes tan sólo en su memoria… En una de nuestras conmovedoras reuniones a través del lienzo viviente y cromado con nuestras figuras, convenimos que teníamos que reunirnos. Si yo no era capaz de coexistir a cincuenta metros bajo el nivel del océano, serían ellos quienes lo hicieran a orillas del Seabal -mar Báltico-. Convenimos en vernos dos meses más tarde.
Desde entonces, los días pasaron más rápidos que una ráfaga de viento, y las horas y los minutos, se difuminaron en la artificial y purificada atmósfera de las cúpulas transparentes de mi entorno.
La ansiada mañana llegó. Esperaba a Kart y a Úrsula en el ensamblaje 3 mordiéndome las uñas. Deseaba poder estrecharlos en mis brazos y tocar sus rostros ajados por el trabajo y las pocas horas de sueño. Me apetecía cubrir a Kart de zalamerías y contarle a Úrsula mis nuevas experiencias y mis secretos más íntimos…
 La lanzadera B-424 aterrizó como un suave helicóptero, frente a los expectantes familiares que, como yo, esperaban la llegada de sus amigos y parientes. 
Descendieron veinte pasajeros, pero ninguno de ellos eran mis padres. Hable con el capitán de la nave y me informó que en Lencity se había interceptado una posible comunicación con la Luna. Kart le había entregado una carta para mí.

Ulna querida,
Muy a muestro pesar no hemos podido viajar a Nagcity. En el centro de trasmisiones se ha recogido un SOS de los colonos lunares, ya te explicaré los detalle más adelante.
Un beso muy fuerte. Te queremos.
Kart y Úrsula


BASE LUNAR 7
A aquella inquietarte nota de mis padres les sucedió un semestre baldío entre las cinco metrópolis terrícolas en la que permanecimos incomunicadas. Tan sólo las lanzaderas-helicópteros nos traían información.
Tras este agónico lapso, las líneas se reorganizaron. Kart me explicó que la transmisión lunar estaba fechada con un siglo de antigüedad y que sólo repetía una y otra vez que los hombres que habían llegado no eran hombres.
Al intentar reencontrar la frecuencia emisora, las líneas entre las metrópolis terrícolas se habían bloqueado. Al final, habían desistido por la imposibilidad de recobrar el vínculo transmisor.
También me explicó que, en esos momentos, no podían abandonar Lencity. Su presencia en mi antigua urbe era de vital importancia: mi padre era un experto trabajador y su presencia irradiaba tranquilidad entre el resto de la plantilla. Comprendí su sabia decisión y me hice a la idea de no volverlos a ver en una larga y quizá eterna temporada.
En la primavera del 3555, en vísperas de mi veinticinco aniversario. En el centro operativo de transmisiones, donde trabajaba, volvimos a tener contacto con nuestros semejantes lunares. Esta vez el mensaje era en directo.
-                     Base Lunar 7, Base Lunar 7. ¿Me escucha alguien?.

El mensaje estaba radiado en inglés arcaico, el idioma mayoritario de los colonos. Por suerte, con el “spanglish y un poco de agudeza pudimos entendernos.

-                     Aquí base operativa de Nagcity, adelante le escucho.
-                     ¡Nagcity!. ¿No entiendo?. Estamos sin comunicarnos con ustedes desde hace varios siglos… Sabemos que algo muy grave sucedió en la Tierra. Según cuenta nuestra historia, desde aquí se avistaron enormes explosiones. Pero no recuerdo ninguna ciudad con dicho nombre, y su idioma es algo difícil de comprender. ¿Están bien?. ¿Qué sucedió?.
-                     Amigo no sé quién es usted, pero lo que me está pidiendo es algo imposible de resumir en unos minutos -contestó mi superior con una mueca de desconcierto-.
-                     Comprendo. Y perdone por no haberme presentado. Soy Goran Kovalsky Comandante en Jefe de la primera Aero-nodriza P54.
-                     De acuerdo, de acuerdo -apremió mi dirigente siendo consciente que nada de eso nos importaba, pues no sabíamos de quién se trataba y cuál era su nave-. Aquí el Ingeniero Mayor de la Mensajería Terrestre en la nueva ciudad de Nagcity… -tras unos segundos en blanco, mi superior prosiguió-. Para su información lo sucedido fue una guerra y una pandemia, y desde entonces, los idiomas y las ciudades han variado muchísimo. De hecho tan sólo existen cinco núcleos poblados en todo el planeta. El resto se convirtió en inhabitable por la radiación nuclear y la epidemia exterminadora.
-                     Toda una tragedia. Los siento. Imagino que lo estarán pasando, realmente, mal.
-                     Lo peor ya pasó… En la actualidad no superamos los cinco millones de habitantes en todo el globo terráqueo.
-                     A nosotros nos ha ido bastante mejor, hemos logrado cultivar diferentes hortalizas y la granja de animales clonados es lo suficiente fructífera como para alimentarnos, e incluso exportar. En la actualidad superamos el millón habitantes. 
-                     Es un dato muy interesante si contamos que hace unos meses recibimos un SOS de ustedes, bastante alarmante.
-                     ¿Cómo dice?.
-                     Lo que ha oído, en la ciudad de Lencity -en la antigua España- se recuperó una conexión pidiendo ayuda, fechada en ciento diecisiete años atrás.
-                     Debió tratarse del último brote de fiebre lunar: una enfermedad que mermo considerablemente nuestra población. Fue mortal para las mujeres y para casi todos los varones adultos; los niños, en su mayoría, sobrevivieron. Pero escaseando la experiencia adulta, fue duro reconstruir lo aniquilado y aprender lo olvidado.
-                     Le creo, aquí sucedió algo parecido con la epidemia que le he nombrado. La mortandad superó al 90% del total de los habitantes. Podría tratarse de una mutación anterior a su mencionada “fiebre lunar”... Porque, desde luego, el virus vino del exterior.
-                     Tiene razón, podría estar relacionado… Ahora recuerdo que  mi bisabuela le contó a mi madre una historia referente a los tiempos de agonía que vivieron. Primero llegaron marcianos enfermos, después se cortó la comunicación con los planetas habitados, y por último llegaron los primeros brotes de  fiebre lunar. Con respecto al mensaje que recibieron, creo recordar que mis antepasados, enviaron mensajes descorazonadores en todas las frecuencias conocidas. Puede ser que las señales sufrieran alteraciones debido al reagrupamiento espacial de los cementerios espaciales y de las explosiones terrestres, quizá por eso les han llegado envíos pretéritos.
-                     Después de sus aclaraciones, opino lo mismo. Pero, comprenderá que aquí nos dejaron sin aliento. Lo único que entendíamos era que los hombres no eran hombres. ¡Imagínese!.
-                     Ya… Bueno, puedo decirle que, la fiebre lunar ascendía la temperatura corporal por encima de los cuarenta grados y la contrajeron todos los colonos. Según cuenta nuestra historia, muchos enfermos enloquecieron. Por suerte se logró su erradicación.
-                     Me alegro. Aquí, también se tuvieron serios problemas y, ni tan siquiera pudimos seguir comunicándonos con ustedes. ¿Comprende?.
-                     Me hago cargo. Ahora todo es diferente, nuestros científico han desarrollado unos androides que pueden reparar cualquier avería, tanto humana como de los sistemas operativos.
-                     Pues un par de ellos no nos vendría mal, ja, ja, ja -señalo Envert sin poder evitar unas sarcásticas carcajadas-. Claro. ¿Cómo recibirlos?.
-                     En ese aspecto también estamos muy avanzados. Llevamos una década intentando comunicarnos con ustedes. En la actualidad, podemos visitarlos en un tiempo record. Al fin y al cabo, todos, aunque algunos hayamos nacido en la Luna, somos terrícolas.
-                     Puede decirse que sí, sus ancestros son terrestres igual que lo eran los míos y los de todos mis conciudadanos.
-                     Lo cierto es que ahora estamos en posición de ayudarlos, y, sinceramente, creo que lo necesitan. Con nuestras Aero-nodrizas P-54 y nuestras Transportadoras K-21 podemos llegar a la Tierra en dos semanas. Aún no lo habíamos hecho, porque su mutismo se podía interpretar como la muerte absoluta de la vida.
-                     Por suerte, todos no. Tendremos que transmitir su propuesta al resto de metrópolis. ¿Está seguro que podremos volver a hablar por esta frecuencia en repetidas ocasiones?.  
-                     ¡Por supuesto!. Una vez conectados, su frecuencia ha quedado impresa en nuestro computadora central, es imposible que se rompa la sintonía grabada. Estaremos a la espera de un nuevo mensaje. Deseamos ayudarles.
-                     Eso está bien. Por cierto, ¿saben algo de nuestros homólogos de Marte?.
-                     No, hace más de tres siglos que perdimos el contacto con ellos. Y por su pregunta, presupongo que ustedes tampoco.
-                     Evidente. Bueno, Comandante, si le parece bien, podemos volver a comunicarnos mañana a la misma hora. ¿De acuerdo?.
-                     De acuerdo. ¿Cómo ha dicho que se llamaba?.
-                     Todavía no se lo he dicho. Mi nombre Envert Silué. Ha sido todo un placer.
-                     Igual le digo. Hasta mañana entonces, camarada.
-                     Hasta mañana.

Al finalizar la transmisión el equipo al completo estábamos alucinados. No podíamos imaginar que después de siglos de aislamiento volviéramos a contactar con la colonia lunar. Y menos, que estuvieran científica y tecnológicamente tan avanzados como habían manifestado.


PRIMER CONTACTO
Tres meses después de la primera transmisión, aterrizaron en nuestras cinco metrópolis varias naves K-21 procedentes de nuestro satélite: similares a los utilitarios voladores de algún tiempo pretérito, tomaron tierra, silentes como el aire inanimado del océano. No tenían forma de avión, lanzadera o cohete. Eran una especie de mono-volúmenes que en el aire desplegaban unas prolongaciones puntiagudas que hacían las veces de alas, y al descender se adosaban entre sus flexibles y a la vez resistentes materiales, convirtiéndose en una tipo de coche espacial que podía ascender, a poca altura, sin la expansión de sus hélices.
En el ensamblaje 7 de Nagcity, mi equipo esperaba a las diez K-21 que se posaron en la plataforma sin ningún tipo de problemas. De cada una de ellas bajaron ocho aeronautas. Todos varones, todos perfectamente enfundados en unos trajes plomizos que remarcaban sus vigorosos cuerpos. Llevaban la cabeza cubierta con un casco impreso en el cuello de la chaqueta, que abrochaba con una cremallera metálica.
Los de la primera nave dieron órdenes explícitas a los de las restantes, que se alinearon en diez filas. Una vez desplegados se quitaron los cascos y el mando superior se acercó. Mi jefe se adelantó unos pasos:

-                     Buenos días caballero. Soy Goran Kovalsky -dijo con un taconazo de pies y cediéndole la mano-.

Yo estaba justo detrás y nuestras miradas se encontraron. Goran tenía unos hermosos ojos verdes, el mentón partido y unos apetecibles y glotones labios. Pensé que si tenía que emparejarme con algún hombre aquél era el elegido.

-                     Buenos días Comandante Kovalsky. Como imaginará soy Envert Silué. Por fin nos conocemos. Han sido tres largos meses de constantes mensajes. Tenía ganas de ver su rostro y de estrechar su mano.
-                     Le digo lo mismo.
-                     Pero por favor, Comandante, diga a su tropa que descanse. Dejémonos de ceremonias y pasemos al interior, una espléndida celebración de bienvenida, les aguarda. Allí les presentaré a mi equipo y nuestros mandatarios, reunidos hoy y en este lugar, para tan especial acontecimiento.
-                     Es todo un halago.
-                     El evento no es para menos, significa el reencuentro con nuestros parejos lunares, con una de nuestras colonias. ¡Es maravilloso!.
-                     Lo mismo digo, amigo.
-                     Gracias, gracias -señaló Envert con unas esperanzadas palmaditas en la espalda-.
 Nuestra brigada estaba formado por cien miembros distribuidos en diferentes grupos y yo tenía la suerte de pertenecer a la de Envert. Pronto fui presentada a toda la tripulación como una de las más jóvenes y prestigiosas ingenieras de telecomunicaciones externas.
Comprendí que mi atracción surtía el mismo efecto en el apuesto Kovalsky… De cerca, exhalaba un sexappel olvidado en nuestra sociedad y que yo reconocía, a simple vista, gracias a los films de mi querida Helen.
Todos los recién llegados, desprendían esas feromonas que enloquecen a las mujeres y de las que nuestros machos se habían desprovisto con el paso del tiempo. ¿Sería que nuestro satélite estaba menos contaminado y hacía renacer las emociones olvidadas en la Tierra?.
Desde luego, el Comandante se llevaba la palma: alto y recio como un atleta de élite y con una mirada tan penetrante que parecía despojarme del uniforme de neopreno púrpura que cubría la totalidad de mi cuerpo -me ruboricé-.
En un arrebato de instintos primigenios, imaginé, que quizá la ausencia de damas se tratara a que su potencia sexual las había dejado caos…           En ese instante, no pude evitar una risueña sonrisa que hizo que Goran y yo entabláramos una larga y amena conversación.
No nos habían mentido con respecto a sus adelantos científicos, pudimos comprobarlo con el paso de las semanas. Gracias a diferentes procedimientos que desarrollamos conjuntamente con sus sofisticados artilugios, las zonas radioactivas comenzaron a tener un futuro esperanzador.
Marcaron su permanencia en nuestro planeta por un mínimo, prorrogable, de seis meses.
Con respecto a las féminas colonas, tal como Goran había mencionado en su primera comunicación, verificamos que la mayoría había perecido con la fiebre lunar. A las supervivientes se las trataba como auténticas joyas y nunca realizaban tareas que pusieran en peligro sus vidas.
A las terrícolas nos encantó la idea: quizá aquello significara que su estancia pudiera prolongarse más de lo imaginable, o que los viajes se realizaran con mucha frecuencia, o incluso que algunas de nosotras nos decidiéramos por emigrar a la Luna.


INSEPARABLES
Goran y yo habíamos intimidado, tal como se decía en la época de Helen, había sido amor a primera vista. Era mi primer varón. Cohabitábamos en mi apartamento como cualquier pareja, y siempre que hacíamos el amor, me divertía muchísimo que nunca se quitara los calcetines.
Él siempre me decía lo mismo y yo siempre le contestaba las mismas cosas:
-                     Ulna, querida, si me desprendiera de los calcetines, sería como mostrarte lo más íntimo de mi organismo -después se echaba a reír, con esas arrebatadoras carcajadas que iluminaban todo el edificio-. Algún pudor debo tener. De lo contrario, sería demasiado fácil… Tú nunca te desprendes de tu manguito izquierdo.
-                     Sabes que llevo una prótesis… Y aunque es casi imperceptible, prefiero dejármelo puesto -después encogía los hombros como asintiendo que todos tenemos nuestras manías y acababa el parloteo  antes de volver a sumergirnos en las apetencias de la fogosidad de nuestros cuerpos-.
Un día, decidí imitarlo para que no se sintiera incómodo. Así que, me quité mi guante y me dejé los calcetines puestos…
Goran era tan perfecto y me hacía tan feliz con sus constantes ternuras y su impecable caballerosidad que había subyugado todos mis sentidos. Nunca había imaginado que pudiera experimentar aquellos arrebatos carnales que me sometían a su virilidad.
Comprendí que antes de descubrir el éxtasis libidinoso, había estado muerta en vida. La existencia, sin amor y sin placer, es algo tan bizantino que pasa más efímera que el exiguo vuelo de esas mariposas que Helen menciona en alguno de sus relatos. Cuando descubrí que iba a tener un bebé supe que nada ni nadie me separarían de mi amado, que lo seguiría hasta el fin del universo conocido.
Envert, que era más sabio de lo que parecía, les repetía una y otra vez que habían hecho trampa, y que el verdadero motivo de su visita había sido el rapto consentido de las terrícolas más bellas e inteligentes del planeta. Al año de la llegada de nuestros vecinos lunares, los cosmonautas que embarcábamos en los transportes K-21 se habían duplicado. Sólo que la mitad éramos damas, y eso, sin contar que una tercera parte estábamos embarazadas.
Sabíamos que tras el hosco firmamento nos esperaba la verdadera nave transportadora: una Aero-nodriza P-54 espectacular. Una gigantesca plataforma con forma elíptica en todas sus caras y de tonalidad diamantina.
Semejante a una descomunal piedra preciosa con infinitos matices y sublimes tornasolados. A medida que nos acercábamos, su versátil coloración, nos hablaba de un rubí, una amatista, un zafiro, una esmeralda, un cuarzo rosa o un topacio… El efecto era relajante e hipnotizador. Era como dirigirse hacia un camino de paz infinita.
El interior se distribuía en distintos pasillos que formaban interminables y matizadas galerías de efecto aguamarina con suaves y ondulantes protuberancias. Anduvimos a la cabina de mando y desde ella admiré el universo. Por extraño que parezca, desde allá arriba las nubes de polución que cubrían la Tierra se disipaban como el humo de las prehistóricas fábricas, y podías contemplarla como una mota gigante de color azul-parda.
La vista era sublime. Estaba tan emocionada que unas lágrimas resbalaron por mis mejillas, mi galán las retiró con sus manos y después depositó en mis labios un tierno beso. Inmediato al despegue, me acompañó a nuestra estancia.
 Tras la imposición de su mano izquierda en una zona nacarada y el comprobante láser de sus pupilas, donde no se apreciaba nada, hizo aparición un acceso oval que se abrió hacia un lateral. Para mi perplejidad, mis ojos observaron una enorme sala con múltiples compartimentos adosados en los laterales, a modo de trasparentes nichos ubicados como los antiquísimos camposantos. Experimenté un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo: algo no funcionaba bien…
Goran se precipitó a tranquilizarme y señaló que los recorridos, sin importar su duración temporal, se hacían, siempre, inmersos en un letargo. Cada tripulante se introducía en su cámara y dormitaba durante todo el viaje. Inhalé lo máximo que pude y le dije que podía haberme avisado, que no me gustaba demasiado estar encerrada.
Asintió bajando la cabeza, sabía lo de mi claustrofobia y por eso había decidido no mencionármelo. Seguido, haciendo una mueca que insinuaba, ¡por favor acéptala, no te perjudicará en absoluto y te dejará muy relajada!. Veloz, sacó del bolsillo una cápsula azulina que tomé, con un poco de agua, sin pensármelo dos veces: era la única alternativa que tenía para no ponerme histérica. No recuerdo nada más.


MI NUEVO HOGAR
  Cuando desperté estaba sobre un confortable lecho de mullida textura y forma circular. Un habitáculo en plata mate y níveo cristal me rodeaba. Al levantarme escuché una voz metálica que provenía de uno de los ángulos superiores del lecho, que dijo:

-  La inquilina nº 1 se ha despertado a las 13 horas y veinte minutos, y goza de perfecto estado.

No podía creerlo, unas lucecitas púrpuras habían aparecido, a modo de panel, en la parte superior de la estancia y me definían tanto física como psicológicamente de forma exhaustiva mientras la voz recitaba su exploración. Labios negroides, resto fisonómico tipo caucásico, ojos turquesas, piel bronce claro, un metro setenta y cinco centímetros de estatura, sesenta y tres kilogramos de peso en su quinto mes de gestación, medidas tras el parto 98-68-98. Complexión atlética. Coeficiente intelectual ciento ochenta y seis. Electro-encéfalo-cardiograma: perfecto. Scanner músculo-óseo-interno completo: excelente. Análisis de ADN-sangre-orina: magnífico. Emociones en estado idóneo de acoplamiento. Células madres total mente desarrolladas, su antebrazo izquierdo, es completamente humano. Valoración dentro de la escala diez, nueve: excepcional.
-                     ¿Cómo? –chille mirando mi brazo izquierdo-
No podía creerlo, había perdido el zurdo de mis antebrazos en una explosión química de Lencity, pero ahora lucía perfecto y sin prótesis. Por lo que había escuchado, suponía que habían ubicado células madre en mi tejido muculo-óseo y éstas habían desarrollado el miembro perdido en su totalidad. Tras recuperarme del “shock” que acababa de sufrir, no pude evitar reír a carcajadas: pensé que nunca volvería a tener claustrofobia. Que estaba enamorada, que esperaba un hijo y volvía a tener mis dos manos: era la mujer más feliz del universo.
Pero ¿dónde me encontraba?. A través de los ventanales contemplé un paraje desértico con ondulantes y puntiagudas cordilleras de considerable altura, era yermo y primitivo, desolador y precioso. Estaba en la Luna. Aunque… El tono rojizo del seductor y feroz paisaje que me rodeaba, me hacían dudar. 
No tuve tiempo de recapacitar. Goran entró con el semblante adusto y un enguantado traje azul cobalto que resaltaba su gallardía. Iba a echarme en sus brazos pero su frialdad me paralizó.

-                     Ya ves que te he mentido -dijo hermético-. Tu privilegiada mente habrá deducido que te encuentras en Marte.
-                     Goran… ¿Qué significa esto?.
-                     Significa que Envert tenía razón. Que nuestra única misión, en vuestro planeta, fue traeros a Marte con nosotros.
-                     ¿Y por qué?.
-                     No sé si habrás oído hablar de la destrucción de las “Escuelas del Orden”. Sucedió hacia el año 2055.
Un sin fin de escenas se sucedieron en mi pensamiento, sabía todo lo concerniente al espeluznante suceso por la información de Helen.
-                     Sé todo lo relacionado con las espeluznantes investigaciones que se llevaron a cabo, y también con su completa destrucción.
-                     Eso no es del todo cierto…
-                     ¿Perdón?. Dichas escuelas se destruyeron porque todos los alumnos eran tratados como cobayas. Se les introducía un chip en el cerebro, amén de sustancias químicas, para formar una nueva raza de ciber-hombres.
-                     Exacto, y… ¿Qué más puedes decirme?
-                     Que la codicia de sus creadores les había llevado a la concepción de úteros artificiales con los que suplir el vientre materno -proseguí manteniendo la templanza-.
-                     ¿Y…?
-                     Y que cuando fracasaron las técnicas de reproducción asistida con los ovocitos y los espermatozoides crionizados de esos mutantes, se obligó a la donación a todos los humanos… para seguir experimentando.
-                     ¡Y ya está! -asintió con ironía un desconocido Goran-.
-                     No, todavía sé mucho más. Pero, ¿a qué vienen tantas preguntas?.
-                     Quiero saber cuánto conoces de la verdadera realidad.
-                     Sé -seguí midiendo mis palabras- que fue una atrocidad sin precedentes… Que marcó a nuestra raza para siempre y que desapareció por la unión de todos los países de aquél pretérito tiempo. Lo sé todo, todo lo que sucedió en aquéllas horripilantes escuelas, ¿pero qué tiene que ver con nosotros?.
-                     Todavía te queda mucho por descubrir… Ahora lo sabrás todo.

Mi compañero se desnudo por completo, incluyendo sus inseparables calcetines… Entonces, horrorizada pude observar que sus talones no tenían piel sino un material pulido y flexible de color grisáceo.
¡Dios eran de un material aleatorio entre la piel humana y algún metal de última generación resistente y elástico!. Me había enamorado de un mutante genético, y mi bebé pertenecía a una futura generación de aberraciones humanas.
Millares de film de ciencia ficción rondaron por mi cabeza: X Men, la Invasión de los Ultracuerpos, Alien, Terminator, Desafío Total, Inteligencia Artificial, Village of the Damned, Solaris…
Mientras volaba por las interminables escenas que evocaban mis pensamientos, mi falso amante me había tomado en brazos y me había depositado en el lecho. Besaba mi rostro y comenzaba a acariciar mi cuerpo alejado de la realidad que nos rodeaba y sumergido en el océano de sus fantasías y deseos.

-                     Resulté el más perfecto de todos los cibor-hombres -prosigió Goran mientras deslizaba sus dúctiles dedos por mi espalda-. Mis creadores se olvidaron que la mente humana es más poderosa que la cibernética por mucho que se empeñaran en lo contrario. Por eso mis sentimientos son tan puros como te he mostrado.
Yo seguía muda. Ensimismada en las profundas olas de un inagotable y eterno mar de aguas lóbregas, que me empujaba una y otra vez a las atrocidades cometidas en aquéllas escuelas, y a las horripilantes películas que no dejaban de fluir en mi atormentado pensamiento.
Goran desnudaba mi cuerpo con suma delicadeza y yo me dejaba amar sin ápice de sentimiento hasta que sucumbí, como tantas otras veces, a sus apasionadas caricias y a sus consabidas apetencias.
Nos fundimos en un solo ser al son de nuestros sudorosos cuerpos, al son de nuestra mutua entrega y nuestra mutua pasión. Cuando desperté, mi enamorado me contemplaba con lágrimas en los ojos.

-                     Quieren que tengas a nuestro hijo y que después yazcas con todos mis compañeros hasta volver a quedar embarazada –sollozo inexpresivo como un muñeco roto-. No me dejan que seas mi única compañera, quieren que te comparta con otros… Y yo no lo voy a consentir.

-                     ¿Qué estás diciendo?.
-                     Lo que has oído. Quiero que sepas que regresé a Marte tan engañado como tú. Mis superiores nos mintieron. Suponían que los sentimientos androides superarían a los humanos pero se equivocaron. Y cuando todas las mujeres de Marte, mutantes o humanas fenecieron. Trajimos a las de la Luna y sucedió lo mismo, ahora vosotras tenéis que procrear y procrear para que la nueva raza prolifere. ¡Antes moriré que dejarte en brazos de otros!-chilló repleto de odio-.
-                     ¿Lo dices en serio? –pregunté con languidez en los ojos-.
-                     Te doy mi palabra. No dejaré que te suceda nada malo ni a ti ni a nuestro bebé. Te quiero, os quiero -lo dijo recostado sobre mi vientre-.
-                     Goran no me importa que no seas del todo humano… yo también te quiero.
-                     Agradezco tus palabras. Debo decirte, que en el fondo soy del todo humano; mis sentimientos son más fuertes que los de muchos de los individuos de tu misma especie, aunque mi interior sea de diferente color: es de una tonalidad similar a mis talones, por eso nunca me quitaba los calcetines cuando estaba contigo. Otros compañeros lo tiene peor y la parte no aleada es una mano, el torso, un brazo o una pierna…
-                     Y  ¿cómo llegaron hasta aquí dichos experimentos?.
-                     Digamos que algunos de los científicos que dirigían las espeluznantes “Escuelas del Orden”, sobrevivieron a la hecatombe y se embarcaron en la colonización de Marte con el único propósito de seguir con su labor. Todo ello con el consentimiento de los Jueces Preferentes. Cuando las células humanas asimilaron las artificiales nacimos nosotros. Con el paso de las generaciones, las hembras neonatas disminuyeron… y al final sólo nacimos varones. Y, las pocas mujeres que quedaron, mutantes o no, sucumbieron con el clima del “Planeta Rojo”. Ahora, se os ha inmunizado para que no os extingáis.
-                     Es todo un consuelo -dije con sorna-.
-                     De lo contrario nunca te hubiera traído.
-                     Perdona mi estupidez, estoy muy asustada y me siento mal-unas lágrimas comenzaron a resbalar por mis mejillas. Goran me estrechó con fuerza-.

Estuvimos fundidos en tierno abrazo, durante unos interminables minutos, que eternizamos con nuestro mutuo amor. Enjugando nuestras penas como cualquier pareja de enamorados. Pasado ese preciso y precioso instante, mi amado habló:

-                     Debo irme: tengo que hablar con mis superiores. ¡Cumplirán su promesa!.
-                     Y si no lo hacen.
-                     Lo harán.
-                     Quiero creerte, pero también existe la posibilidad opuesta…
-                     No pierdas la esperanza -me besó en un envolvente y apasionado beso y desapareció del habitáculo por el acceso de entrada. Una puerta similar a las de la nave nodriza que no osaría tocar por mucho que me apeteciera-.

 Pasaron muchas horas, hasta que caí en un profundo letargo. Cuando desperté todo había cambiado… Estaba en mi apartamento. Había regresado a Nagcity, y Goran sonreía desde el sillón que está justo en el centro del ventanal principal.
-                     ¿Sorprendida?.
-                     ¿Qué es esto?. ¿Estoy soñando o acaso lo que he vivido en estos últimos días ha sido un sueño?.
-                     Ni lo uno ni lo otro. En Marte mis superiores se negaron a ceder: entonces reuní a mi flota. La mayoría, amigos leales y futuros padres como yo. Y sin pensárnoslo dos veces, junto con una docena de científicos amigos, nos apropiamos de una Aero-nodriza P-54 y emprendimos el regreso a la Tierra. Vosotras estabais dormidas y fue fácil transportaros a las cámaras del sueño.
-                     ¿De verdad?.
-                     Sí. Envert y los demás mandatarios terrestres están al corriente de todo, tus padres también. Debemos prepararnos para posibles represalias marcianas. Eso sí, la Tierra se repoblará en unos años: nuestros científicos junto con los vuestros lo harán posible.
-                     Ven aquí mi particular Aquiles -insinué entornados los ojos y señalando el lecho-.
-                     No te lo creerás pero cuando nací con los talones sin fusionar, así me bautizaron. El nombre, quedaba un poco extraño para viajar al exterior, y lo sustituí por un nombre más habitual.
-                     Hummm…
-                     Y tú eres y serás, siempre, mi Elena de Troya, esa por la que me revelaré contra todos los que osen, separarla de mi lado… Aunque te llames Ulna.
-                     Bueno, debo aclararte, que en mi país, Ulna es uno de los muchos sinónimos de Helena. Me pusieron ese nombre por una antepasada a la que siempre le agradeceré su herencia. Gracias a ella aprendí muchas cosas… Entre otras a reconocer a un verdadero hombre.

           Cuando Helena pronunció estas palabras, Aquiles la sujetaba entre sus fuertes brazos y la besaba con fervorosa pasión. Su cabeza pendía hacia atrás… Su elegante cuello y su cráneo perfecto, realzaban su estilizada belleza.


Ann@ Genovés

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