EXTRAÑOS EN UN TREN, Strangers on a train, Alfred Hitchcock, 1951
El subtítulo de Extraños en un tren bien podría ser “Cuando Hitchcock encontró a Highsmith”, ya que no se me ocurren dos mentes más dotadas para el thriller. Precisamente hace setenta años ambos cruzaron su camino, la novela fue el debut literario de la célebre autora y Hitchcock fascinado compró enseguida los derechos.
EL CRIMEN PERFECTO
Los dos extraños del título, Guy Haines (Farley Granger) y Bruno Anthony (Robert Walker) se encuentran casualmente en el mismo compartimento de tren. El primero es un famoso tenista en proceso de divorcio, al que su esposa se lo está poniendo difícil. Mientras que el segundo es el villano desequilibrado de la función, que odia a su padre. Los dos tienen alguien cercano que les amarga la existencia, así que Bruno propone una solución tan sencilla como amoral: hacer un intercambio de crímenes en el que cada uno de ellos mate al que incordia al otro. El crimen perfecto que pone en marcha la maquinaria del maestro del suspense.
ALFRED HITCHCOCK Y PATRICIA HIGHSMITH
Estamos ante un filme clásico que ha aguantado sin problemas el paso del tiempo. La elección de actores menos conocidos le aporta un marchamo de originalidad a la cinta, que la diferencia del ramillete de títulos «hitchcocknianos» protagonizados por estrellas de Hollywood, a la vez que hace más creíble una trama que se sustenta en la sencillez aplastante de su planteamiento. Además, la magia de Alfred Hitchcock se disfruta en los brillantes planos de presentación de personajes, con la cámara siguiendo los pies de los protagonistas. O el asesinato en la feria, con el espectador como único testigo, a través de las imágenes reflejadas en las gafas de la víctima que caen al suelo.
En fin, Alfred Hitchcock y Patricia Highsmith, el choque de trenes de dos mentes brillantes dotadas para el crimen, al menos en la ficción.
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