LA FELICIDAD TAMBIÉN SE AGOTA por NATACHA G. MENDOZA



Ella amamanta a su bebé, apenas dos meses de vida y tiene tanta hambre. Sé que está cansada, porque sus ojos no logran mantenerse abiertos. Tiene otro hijo, unos seis años, corretea cerca del banco donde está su madre. El parque desierto, la tarde revela un otoño necesario, sin él, este escenario sería dantesco. Siempre bajo con un libro, pero es un pretexto. Lo que realmente me gusta leer es a la gente. El niño de seis, insiste entre los castaños, se agacha y grita. Llora mientras agarra su mano. Alguien debió de advertirle sobre la crueldad de una castaña vestida. Su madre lo mira sin sobresaltos, alarga el brazo para que se acerque, el pequeño obedece mientras gasta sus últimas lágrimas, ella las seca dulcemente y le besa en los dedos heridos. Supongo que no es feliz. Es madre, está sola, habrá algún padre... pero, no es feliz. La felicidad también agota. Me encantaría revelarle eso, quitarle un poco del peso que lleva en sus hombros. Quizá así, deje de buscarla dentro de sí misma. Hoy he bajado un libro de Schopenhauer, lo tengo abierto, hago que me interesa, y en ese acto me escondo. La mujer se guarda el pecho, coloca al bebé en su regazo, da unas leves palmaditas en la espalda del pequeño. El otro niño, mira atentamente a su madre, como si deseara ser él el atendido. Regresa a su mano herida y al llanto. Ella lo consuela con caricias en el pelo. Todo ocurre rápido, incluso el otoño, que se empeña en cerrar la historia haciendo caer varias hojas en la falda de la madre. El hijo de seis, sonríe, ella lo acompaña. Me gustaría advertirles que... la felicidad también puede ser peligrosa.

Natacha G. Mendoza


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