Todos, incluidas las personas inteligentes, nos limitamos a mirar a los demás sin preocuparnos de averiguar mucho acerca de nosotros mismos. Pero quien no se conozca a sí mismo difícilmente podrá conocer a los demás. Sólo podemos llamar sabio a quien se conoce a sí mismo. Hay quien es feo, y lo ignora; quien tiene un corazón desasosegado, y lo ignora; quien carece de capacidades artísticas, y lo ignora; quien es un cero a la izquierda, y lo ignora; quien es viejo, y lo ignora; quien está enfermo, y lo ignora; quien va muy retrasado en el camino de la perfección, y lo ignora. Al ignorar sus propios defectos, difícilmente se dará por aludido cuando otros lo censuren.
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Si quieres que alguna cosa tuya pertenezca a alguien, entrégasela mientras estés aún vivo.
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No hay nada que haga a un hombre parecer más estúpido, que sea causa de mayores críticas y reproches, ni que acarree tantas y tan grandes desgracias, como el orgullo y la soberbia. El que verdaderamente es maestro en un arte conoce bien sus limitaciones y, como sus aspiraciones están más allá de sus conquistas, nunca se atreverá a jactarse de sí mismo.
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En tu vida, si quieres evitar yerros y aflicciones, lo mejor que puedes hacer es ser siempre sincero, respetar a todos sin distinción alguna y hablar poco. Todos los que obren de este modo se ganarán la estima de los demás, ya sean hombres o mujeres, jóvenes o viejos, pero, especialmente, si la persona es joven, bella y reservada nos seducirá de tal modo que no podremos olvidarla nunca.
Del deseo de mostrar que uno lo sabe todo, que conoce bien una materia, y de no mirar con estima a los demás, nacen todos los yerros y aflicciones.
[Errata Naturae. Traducción de Justino Rodríguez]