Los secretos del emperador – 6
Mujeres florero. 2005
Después de varios meses de trabajo, Lin y Daniel, intimidad. Ella le confiesa que le atrajo desde el primer día y, él, le cuenta la historia de su parecido con Michelle Yeoh –esa actriz a la que idolatra.
Por otro lado, la profesora le revela que lo ha vigilado constantemente. Es más, le confirma que no es la única que lo ha espiado; también lo ha hecho el gobierno central y varios grupos extraños que, siguiendo una leyenda muy antigua, creen que él puede resucitar al grandísimo emperador Qin Shi Huang con todo su Ejército de Terracota para entronarlo como nuevo emperador de China. Del mismo modo, le cuenta que ella es la última descendiente de la única superviviente de las concubinas del emperador
A Daniel la historia de la resurrección, le deja mal sabor de boca y le cuenta que está al corriente de muchos secretos, entre ellos ese diario del monarca en el que se ve reflejado. Lin apunta a que, después de ver el tatuaje del tigre que lleva en la espalda, no le parece tan descabellado, ya que, tradicionalmente, los tigres guardaban las cámaras mortuorias… Y la de Qin Shi Huang todavía no se ha encontrado.
La conversación se torna profunda…
– Después de todo lo que te he contado creerás que estoy loca de remate –dice Lin.
– Nada de eso. Pienso que tienes mucha imaginación. Me has relatado diferentes historias, unas más creíbles que otras. Las inverosímiles… ¿Qué quieres que te diga? No puedo darlas por válidas; parece mentira que toda una doctora en antropología y etcéteras… porque eres la persona con más titulaciones que he conocido, hable de historias fantásticas.
–Bueno la parte creíble, supongo que es la referente a las mujeres floreros.
– ¿Mujeres floreros?
–
– Sí. Esa parte es bastante creíble. Cuéntame más cosas sobre esas damas –lo dice enrollando un mechón del cabello de Lin en sus dedos. Ella se enfada y a Daniel no le queda otra que escucharla atentamente.
– Déjate de caricias. Ahora tenemos que hablar y, esas mujeres que se dejaron engatusar por los varones y agacharon la cabeza para que las compartieran y trataran como objetos, fueron completamente desdichadas. En la actualidad, existen paralelismos. Por ejemplo, cuando un machito cambia a su pareja de toda la vida por otra más joven. O se rodea de queridas o práctica el concubinato. Mormones, musulmanes, sectas, trata de blancas… por poner ejemplos. ¿Qué es eso? Harenes en toda regla. La existencia de esas chicas es tan efímera como la caída libre de una pluma. Pues, mis antepasadas, de las que tengo muchas referencias, por lo general eran longevas y pasaban décadas, sufriendo el atropello del emperador o de los hombres a las que fueran traspasadas. ¡Pobrecillas! Hasta aprendían a no pensar por ellas mismas.
– ¡Ufff…! Me estás hablando de tantas cosas que me descentro.
– Pues céntrate. Ahora hablaremos de mi linaje, después del resto… y, luego, ya veremos lo que hacemos –le da un beso glotón en los labios. Daniel suspira y calla.
– Vale. Es que me estás saliendo muy pero que muy feminista. Está claro que las mujeres lleváis miles de años sufriendo el atropello de los varones, ¡qué se le va a hacer! A veces, los hombres somos despreciables; pero no todos y no siempre. Poco a poco cambiarán las tornas y os equiparareis a nosotros como es debido. Llegará la paridad, ya lo verás pero. No obstante, aún quedan unos cuantos años y muchas luchas… Te ayudaré en todo lo que pueda. Contenta –Daniel dice estás palabras acariciando el rostro de su compañera y con algo de sorna, le susurra—: Eres tan hermosa.
– Daniel, ¿cómo puedes darme la razón como a una tonta? Tu ironía, aun sabiendo que todo lo que te he dicho es verdad, me insulta. Y, encima, te atreves a hablar del atropello de las féminas sin ápice de remordimiento, añadiendo que es lo que siempre ha sucedido. Te recuerdo que eres todo un señor historiador becado por la Unión Europea, es tu deber comparar las sociedades antiguas con las actuales. ¡No te da vergüenza!
– A decir verdad, no –responde Daniel con tranquilidad.
– ¡Oh! Disculpa. Has estado todo el día en la excavación… Estarás muy cansado. Necesitas una taza de ese té que tanto te gusta. Mientras te sigo contando mis verdades. A veces, tu silencio me reconforta.
–Comprendo tu indirecta. Me callo y ya está. Eso es lo que desea la princesita de ojos oblicuos y cabello azabache –Daniel arropa el esbelto talle de Lin entre sus brazos. Ella se escabulle y se acerca a la tetera para preparar un té reconstituyente.
– Bueno, después de la tisana, si estás menos fatigado, podemos tener sexo –a Daniel se le ilumina el rostro—. Ahora te seguiré contando la historia de mis antepasadas.
– De acuerdo, te escucharé sin entrometerme. ¿Contenta?
– Por supuesto, ya sabes que no me gusta que me manipulen.
– Lo sé demasiado bien –contesta Daniel desabrochando los cordones de sus botas.
–Verás… he estado indagando sobre la sumisión de mi género y he dado con la clave. Todo surgió a partir de las disgregaciones de los matriarcados mesolíticos de las diferentes sociedades de la antigüedad. Las mujeres dejaron de gobernar y todo se vino abajo porque le poder lo adquirió el hombre de manera prepotente. Al presente, sucede lo mismo y el mundo va de mal en peor; las mujeres somos más tolerantes y más dulces, los hombres toman las cosas a la fuerza y nos degradan a un segundo plano. No me mires con esa cara: es cierto. Solo excluyo a los grupos indígenas actuales en las que perviven los matriarcados.
– Los estudié en segundo de especialidad y sé que tu argumentación es correcta, pero se te olvida añadir que esas sociedades siguen viviendo como si estuvieran en la prehistoria. Voto por una sociedad igualitaria.
– Me gusta que me des la razón, aunque no creas en ella.
– Mira Lin, ya no puedo ocultártelo más –Daniel se frota el cráneo.
– ¿Qué pasa Daniel? –pregunta Lin preocupada.
– He encontrado unos papiros que hablan de todo lo que acabas de decirme…
– De la parte femenina o de la leyenda del tigre.
– De ambas.
– ¿Por qué no me lo habías dicho?
– Primero, cálmate.
– ¿Cómo pretendes que me calme con lo que acabas de decirme?
– Sabía que te ibas a poner de los nervios y quería estar seguro. Hace unas horas, encontré varios legajos, que he robado y leído. No pienso devolverlos como hice con los del museo.
– Me dejas muerta.
– Pues yo te veo muy viva.
– A ver, Daniel, estaba al tanto de tus… digamos, idas y venidas con los papiros del emperador. Y, a decir verdad, yo ni los hubiera devuelto, nadie se hubiera enterado –Daniel se queda perplejo—. Tu honradez, me convenció de que eras una persona especial y tenía que descubrir si eras el tigre rojo de la profecía.
– ¿Por eso me sedujiste?
– Sabes que no. Siempre te he deseado, no me hagas que te lo repita. Dime lo que has encontrado. Eso es lo que realmente importa en estos momentos.
– Tienes razón. Es que estoy bastante nervioso. Voy a tomarme no uno, sino dos tés; los necesito. También comeré algo. Después, te cuento…
Una vez nutrido, Daniel le detalla los acontecimientos...
– Estaba con los arqueólogos –hace una pausa pensando en cómo relatar el suceso y prosigue segundos más tarde—: De improviso, me pareció ver un tigre carmesí en un lateral de la cámara. No me amenazaba, solo me miraba y me invitaba a seguirle. No pude evitarlo y caminé hacia la pared como un sonámbulo, y, esta, literalmente, me tragó –toma un sorbo largo de té.
– Daniel…
– Lin, calla y escucha, por favor.
– De acuerdo.
– Todo pasó muy rápido. Me encontré en un pequeño hueco de no más de un metro cuadrado, creí que me iba a quedar emparedado. Al tocar la esquina, surgió una batea con estos seis pergaminos –abre la mochila y deja los pliegos sobre la mesa—. Allí mismo los leí (pausa)—: Cuando acabé, los guardé y, de repente, la pared giro sobre mí y me devolvió a la cámara en la que estaban mis compañeros. Nadie me vio ni sospechó nada. Fue como si en un segundo hubiera sucedido todo –Lin pone cara de asombro y Daniel le invita a hablar.
– ¡Oh! Daniel, eres el elegido.
– Sí, pero contigo.
– ¿Cómo?
– Los pergaminos hablan de muchas de tus historias y de otras tantas que había descubierto en el museo y, ahora, tienen sentido.
Lin mira al suelo y Daniel prosigue…
» Los pergaminos explican que la verdadera cámara con el féretro del emperador está resguarda en un lugar que solo el tigre y la flor descubrirán. El tigre es la reencarnación de aquel que lo acompañó en sus campañas militares y con el que intercambió muchos saberes; señala que llevará dibujado un tigre rojo en la espalda y que vendrá de una isla lejana a estudiar su verdad. Sobre la flor, señala que será la última descendiente de la única hija-esposa que sobrevivió a la matanza de toda la corte y huestes de Qin Shi Huang una vez su cuerpo se enfrió. Esa eres tú.
– ¡Qué horror!
– ¿Horror? Casi todos los gobernantes de las civilizaciones antiguas asesinaban a sus sirvientes con el último suspiro de vida aún en su cuerpo. Por otro lado, también era habitual que existieran matrimonios entre el gobernante y cualquiera de sus parientes: hijas, hermanas, madre… todo valía. Recuerdo que cuando se descubrieron al mundo los primeros Guerreros de Terracota, pensé que los propios soldados habían consentido sus asesinatos. Hasta llegué a pensar que los habían embalsamado con una patena de barro y que algún día despertarían. Eso sí sería terrorífico, pero no te asustes que de eso no dicen nada los pergaminos.
Lin suspira y Daniel sigue su confesión…
» Sobre cómo descubrir la verdadera cámara mortuoria, he traducido algo así… –estira uno de los pliegos y trascribe en alto—, cerca de la montaña existe un templo en cuya cripta los resortes serán abiertos por el tigre y la flor (pausa). Como llevo bastantes meses en la excavación me he devanado los sesos visualizando el terreno, pero no recuerdo ningún templo cerca. Quizá, tú, sepas algo que a mí se me escapa…
– Y tanto, Daniel, aunque hayas estado en la excavación no eres chino y desconoces la mayoría de localizaciones antiguas. Sin embargo, sí existe un templo cerca.
– Lin –dice Daniel con los ojos abiertos. Ella le hace callar y sigue su exposición—:
– Ahora tengo que hablar yo y tú escuchar. Tardaré poco… me alegro que no lo hayas preguntado a ningún arqueólogo porque les hubiera extrañado. Hay un templo cristiano bajo la pagoda que está a la entrada del pueblo. Cuando llegó el régimen comunista lo enterraron, pero se puede entrar por un soterrado que solo unas cuantas personas conocemos. Tenemos que ir y descubrir si esos pliegos son ciertos. ¿No te parece?
– Por supuesto. Lo antes posible. Descanso unas horas y emprendemos la marcha. Mañana es la fiesta principal de Xian y no se trabaja.
– Hasta en esos hemos tenido suerte. Me parece perfecto.
Amanece cuando Lin y Daniel salen hacia Xian. La población está en el pozo de las alegrías –en el lado opuesto del pueblo— y pasan desapercibidos. Lin se acerca a un árbol frondoso que está junto a la pagoda de la entrada y abre una compuerta subterránea. La pareja desciende con visores nocturnos una escalera polvorienta antes de encontrase en el interior de una pequeña capilla cristiana –a ninguno le extraña, pues saben que, en los pergaminos del museo, el emperador habla del Tigre Rojo como de un visitante de Canaán.
Daniel está maravillado con el interior de la capilla –en el centro hay una cruz de madera y en los laterales figuras chinas mezcladas con algunas estatuas del santoral cristiano—, pero no quiere dedicarle demasiado tiempo. Quizá en otra ocasión, piensa. Busca señales de una abertura. Lin hace lo mismo y, de improviso, le dice a su compañero—:
– ¿No te parece extraño que esta pared esté repleta de siluetas de manos en colores?
– La verdad, aquí, no. Todo es posible. Vamos a inspeccionarlas…
Daniel acaricia los dibujos y se da cuenta que uno de ellos tiene una especie de hundimientos. Justo arriba, aparece un tigre carmesí y una flor de loto rosa.
– ¿Qué te parece? –pregunta Lin.
– Míralo tú misma –le dice señalando las hendiduras y los dibujos superiores.
A Lin se le nubla la vista y está a punto de perder el equilibrio. Daniel la sujeta. Unos segundo más tarde, está completamente recuperada.
– Estoy bien, Daniel. No te preocupes. Cuando he visto las huellas de la mano y los dibujos, he pensado que si hay algún pasadizo que nos lleve a la tumba del emperador, tiene que estar cerca. De improviso me ha entrado miedo, pero ya estoy bien.
– Pues… Probemos…
– ¿Te refieres a que pongamos las manos a ver si algo se mueve, como en las pelis?
– A eso mismo me refiero.
Primero es Daniel quien pone su palma en la huella de la pared. Pero no sucede nada. Hace lo mismo Lin y tampoco se mueve ni un ápice de la habitación. Daniel piensa y, de repente, le dice a Lin—:
– Voy a poner la mano otra vez, pero quiero que, de inmediato, pongas la tuya sobre la mía.
– Vamos allá.
Superpuestas ambas palmas, la pared gira y los traslada a un pasadizo más estrecho e inclinado que, de repente, se abre y los hace deslizarse rodando como si estuvieran en un tobogán largo y profundo. Ambos chillan. Daniel cae primero y, encima, Lin. Están magullados, pero no tienen ninguna herida preocupante.
– Madre mía. Si me dicen que me va a suceder esto, me echo a reír –suelta Daniel tocándose la cabeza.
– ¿Estás bien?
– Eso creo. ¿Y tú?
– Igual.
– Espera que encienda el visor. Se me ha apagado.
– El mío, también. A ver si funcionan bien.
Después de manipular el instrumento, la luz verde parpadea y se enciende. Lin grita con todas sus fuerzas y se abraza a Daniel. Están rodeados de esqueletos.
Daniel no la suelta, mientras observa la situación y a sus acompañantes –todos vestidos de gala—. O, por lo menos, eso piensa al ver que los restos de sus ropajes aparecen enjoyados. Y, asimismo, llevan tocados de dama. Entonces le dice a su amiga.
– Lin abre los ojos y no tengas miedo, estos cadáveres, por lo que he visto, opino que deben ser los de tus antepasadas. Y, por tanto, este, debió de ser el cuarto en el que se las emparedó tras la muerte de Qin –Lin abre los ojos despacio y dice—:
– Pobrecillas… –unas lágrimas recorren sus pómulos—. Debemos estar cerca de la tumba real. Siempre se las encerraba en un lugar cercanos a la morada final de su señor.
Se levantan y van mirando los detalles del habitáculo hasta que dan con unos pergaminos que aclaran lo que ellos han pensado: están en la habitación del concubinato real. Hasta pone los nombres de las más de cien damas que allí yacen.
– Mira Daniel, esta concubina se llamaba como yo.
Al ir a leerlo se rompe y cae al suelo. Lin va a recogerlo –ha caído entre la ropa de unos restos—y, entonces, ve un rollo entre los dedos esqueléticos de la mujer. Reza una oración de perdón y toma el pliego. En el mismo se explica que la dama con su nombre se escapó gracias a las pericias del emperador que no quería que enterrasen a una mujer que estaba en cinta y le pidió antes de morir a un general de confianza, que la socorriera. El general se llamaba: Daniel, el tigre rojo.
Del mismo modo, el pergamino tiene un apartado firmado y escrito por el propio emperador –Daniel reconoce su escritura de inmediato—. El texto dice lo siguiente…
…” Yo, Qin Shi Huang, primero de mi linaje y unificador de China, quiero revelar que nunca quise enterrar conmigo a nadie que estuviera vivo. Pero, a veces, los monarcas, tienen obligaciones que no pueden eludir. El ejército estaba condenado a muerte, aunque los liberé uno a uno y, en su lugar, tallé sus esculturas. No pude hacer lo mismo con mis preciadas flores, mis mujeres, a las que nunca humillé y traté con condescendencia siempre que pude. Solo a una pude salvar. Una que mi general y amigo el hombre de Canaán: Daniel, El tigre rojo. Por expreso mandato de mi persona, llevará lejos. Esa flor, de nombre Lin Yu Puen Zhōu Wong Zheng, será la madre de mi hija póstuma. El tigre guardará su descendencia.
Habrá tiempos en los que la vida los separe. Pero, cuando solo exista una de mí, volverán a encontrarse. Ella, la última flor. Él, mi tigre rojo reencarnado. Crearán mi nueva dinastía, aunque no gobiernen ninguna tierra, el amor los unirá y vivirán la vida que yo no pude hacerlo, pues, esa que fue salvada, fue la única que mi corazón amó. Hubiera escapado con ella miles de veces. Sin embargo, un soberano se debe a su pueblo.
Solo el tigre y la flor podrán leer este mensaje, ya que, de lo contrario, los cimientos de mi mausoleo se destruirían como un castillo de naipes y mis guerreros caerán uno tras otro como las fichas de un dominó.
Ahora, debéis encontrar mi tumba. El hombre de Canaán sabe dónde está ubicada y solo necesita pensar para recordar dónde la puso; él fue el arquitecto de mi última morada. La antecámara está resguardada por dos tigres rojos, en su honor. La flor desactivará su mortífero gas. Y los dos, recogerán el pliego y la alhaja que guardo en mis vestiduras. Después, marcharán veloces antes de que el caracol despierte.” …
– Lin no creo en las reencarnaciones. No obstante, sé cómo llegar a la cámara mortuoria –dice Daniel mirando un reposa objetos de la época que sobresale de la pared final.
– Yo tampoco creo en profecías y, sin embargo, está mi nombre completo escrito en ese pergamino de hace miles de años. Date prisa Daniel, el tiempo apremia.
Lin sigue a su compañero y ve cómo, este, toca una de las esquinas. De improviso, un ruido ronco hace crujir la parte alta del lienzo dejando una abertura lo suficientemente grande como para que entren varias personas. Primero sube Daniel. Una vez arriba, saca el brazo y sujeta a su compañera para que ascienda. El túnel tiene unas dimensiones exiguas que los hacen reptar un buen rato hasta que llegan a un recoveco donde la pared aparece agujereada. Por los vanos ven, alucinados, la entrada de un pequeño palacio escalonado con ménsulas que sujetan tres pisos y con simetría bilateral. Al inicio de la escalera, dos tigres rojos en posición de ataque y cuyos ojos brillan como rubíes. Alrededor, toda una legión de Guerreros de Terracota formando un caracol mega gigante en la sala subterránea cuyo centro es el palacete sobrenatural. El conjunto da verdadero pavor; es algo sorprendente y mágico, ya que parece recién erigido.
– Daniel esto es verdaderamente espectral: parece brujería.
– Sea lo que sea, averigüémoslo. Esta pared es endeble; seguro que podemos abrirnos paso a través de los adobes.
En menos de una hora, han hecho un agujero por el que han descendido a esa cámara misteriosa que los aguarda. Están cerca de los feroces tigres. Lin no dice nada, se acerca y los acaricia; sus ojos se apagan y la puerta del palacio se abre. El dueto de investigadores asciende y entran en una sala donde un sarcófago dorado con la silueta del gran emperador, les aguarda.
– Es…
– Es el sepulcro del Qin Shi Huang. No puede tratarse de otra cosa. Acerquémonos Lin. Estoy seguro de que no estamos en peligro.
En la tapa, la silueta del monarca está bien dibujada. En un lateral aparece caracteres en chino antiguo y arameo –a esas alturas, Daniel, acostumbrado a composiciones difíciles, no tiene problema en traducirlos—. Se trata de pura retórica que ensalza al emperador, amén de un himno protector que, según los cánones de la época, protegían al difunto en el más allá.
– En mis años de investigadora, es la primera vez que veo algo parecido. Digamos que es poco ortodoxo para el credo de la época. Por lo menos es china que se regía por el legalismo.
– Sí. Empero, sus memorias conocidas, muestra curiosidad por la vida del más allá. Tal vez por la sabiduría que su amigo de Canaán le trasmitió.
La conversación se pierde mientras toman medidas y fotografías del lugar. Daniel ve un loto rosa y un tigre diminutos en la esquina derecha de la tapa. Se acerca y pasa la mano. Al instante, la cubierta se abre y aparecen los restos incorruptos del emperador que, como renacido, alarga sus dedos acerados y largos como tentáculos, hacia su amigo. Lo atrapa y le habla al oído. Lin se queda petrificada.
Pasan unos minutos hasta que Daniel queda liberado. Lin ve cómo toma el pliego que aparecía en los restos junto a un colgante de un pequeño pez.
– Lin estoy bien. El emperador me ha dicho qué hacer con estas reliquias. Ahora debemos darnos prisa antes de que todo se autodestruya. Mira, los Guerreros de Terracota están cayendo uno sobre otro, como ponía el pergamino de las concubinas.
– Caen como decía el legajo, como fichas de dominó.
La pareja se coge de la mano y se retira hacia el fondo de la estancia. Abren la siguiente puerta y se encuentran con la tierra viva que se abre cuando la tocan para que salgan. Corren hasta que las fuerzas decaen; en ese momento, un rayo de luz aparece de entre la hojarasca hasta que salen a la al exterior. Detrás, una serie de ruidos y polvo acompañado la escapada.
El día es espléndido. Se separan y tosen con la mirada hacia el suelo y las piernas abiertas, están cubiertos de tierra, pero felices. Exteriormente, todo permanece intacto.
– ¿Qué te dijo Qin Shi Huang? –Daniel abraza a Lin y le contesta—:
– Me dijo que nunca encontrarían sus restos pues cuando saliéramos se autodestruiría la cámara que descubrimos. Y ha sido cierto. Nos estaba aguardando para que recogiéramos las reliquias. Debemos protegerlas con nuestras vidas.
– Solo te dijo eso.
– No. Añadió que, para preservarlas, deberíamos estar juntos y procrear –Lin lo mira con ojos gatunos y añade—:
– ¿Y qué contienen?
– Contienen el poder de la creación y la destrucción del mundo. No tienes que preocuparte por nada, solo ámame.
Los amantes se besan y hacen el amor recostados en ese recoveco de la arboleda que los aísla de la sociedad. Lin se queda embarazada en esa y en otras ocasiones creando la orden de las Guardianas de Qin.
Y… colorín colorado, este cuento se ha acabado.
@Anna Genovés
Domingo, veinticinco de septiembre de 2021
Los secretos del emperador. Entrega y publicación por capítulos solo en el blog
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Sigue leyendo la novela completa...
Los secretos del emperador – 1. Vuela pajarillo. 2003
Los secretos del emperador - 2. Pekín 2003
Los secretos del emperador – 3. Correspondencia. 2003
Los secretos del emperador – 4. Utópica o realidad. 2004
Los secretos del emperador – 5. La leyenda. 2004