se agota poco a poco mi tiempo libre, los árboles empiezan a teñirse ya de amarillo, a perder las primeras hojas, y a punto estoy de comenzar la ruta de calzado otra vez, mi vida on the road, la práctica y prosaica y económicamente rentable, la de vendedor de zapatos, la que me da comer, y despedir los largos paseos de ensoñación por el bosque al amanecer, ese bosque mental y animado que atravieso con mi perra todos los días y ese sendero entre los pinos que inconscientemente utilizo como técnica de meditación, en el que se funde lo interno y lo externo, el paisaje y los pensamientos, que me lleva sin darme cuenta de aquí para allá, del oficio de la escritura a la razón de mi insomnio, de la hipocondría a la exaltación, del sosiego a la duda, de la calma al miedo, de dentro hacia afuera y de afuera hacia dentro... como una tela de araña el bosque atrapa mis pensamientos y me transporta a una realidad paralela, observo las montañas en el horizonte y pienso en el paso del tiempo, la fugacidad de la vida y la tiranía del reloj, cómo cada segundo nos roba el aliento, hasta que el vuelo sincronizado de una bandada de palomas me hace abandonar súbitamente esta idea, la de lo efímero y lo pasajero, y analizar por centésima vez el sentido de mi escritura, el por qué de la misma, si apenas nadie (me) lee, para qué toda esta entrega, si no sería mejor dedicarme a otra cosa, buscarme otra evasión, aunque en el fondo sepa que intentarlo sería inútil, estoy contagiado hasta la médula por la literatura, hace mucho tiempo ya que no hay marcha atrás, no debo plantearme eso, me digo, y acto seguido mi perra sale corriendo detrás de una ardilla que trepa vertiginosamente por el tronco de un árbol y se nos queda mirando desde arriba expectante y me hace pensar en lo feliz que tiene que ser una vida sin mente y conciencia, nuestra más terrible enfermedad, y a continuación durante algunos minutos me concentro en el aquí y el ahora, lo único en el fondo real, hasta que me vuelvo a sorprender nuevamente pensando en la suerte que tengo por tener un trabajo en medio de esta crisis perversa, aunque sea vendiendo zapatos, y en cómo me irá la campaña esta vez, si daré de nuevo la talla, y en cuándo saldrán mis nuevos libros, si quedarán bien las portadas, y en la película que vi ayer y en lo que soñé esta noche y en lo que voy a hacer mañana... hasta que el claxon estridente de un coche que pasa cerca de mí me hace darme cuenta de que ya he salido del bosque y camino ensimismado por la calle pisando el asfalto, el sendero que atraviesa los pinos me ha conducido de nuevo a mi casa, cómo ha pasado el tiempo, pienso, y abro la puerta y subo rápidamente la escalera y me siento frente a la pantalla en blanco del ordenador a escribir compulsivamente lo que durante el paseo he estado pensado...