Usted dirá Lord Byron. O Jack London. Sí, hay muchos. Jaroslav Hâsek, borracho, dedicado al robo y el tráfico de perros.
Con todo, se escribe por una insuficiencia radical. Se escribe a falta de una vida interesante. Yo comencé por el tedio, el tedio de un colegio de Vegueta, una institución de secuestro jesuita. No me interesaba el lugar. Por ausentarme, por salir del cuerpo, por no dejar piedra sobre piedra, escribía cartas a la dama mística de un night club medieval, escribía cuentos con el nervio de un cóctel molotov, escribía versos con la rabia del muchacho que se acerca armado a la Escuela Columbine:
“El hombre que me mató tenía cabeza de perro. Llevaba una bata japonesa. Vendía crucifijos usados en las ferias de los pueblos”.
Ya, un nonsense, desde luego, una ebriedad en el lugar de las leyes, un fumadero de opio con doce palabras.
¿El colegio? Suspendía lo que podía. Suspendía lo que nadie suspendía. Suspendía Trabajos Manuales, inútil para los poliedros de madera de balsa y pegamento. Suspendía Comercio, necio para las letras de cambio y los pagarés. Suspendía Inglés, nieto de un arzobispo anglicano. Suspendía Religión (el padre Alarcón no daba dioses creíbles como Abraxas o la mujer anticipada; daba un catecismo inconcebible) Suspendía Educación Física, flaco para cincuenta flexiones, perezoso para el potro, el plinton y el salto fosbury de altura. Suspendía Literatura. El padre Mendoza no daba Bukowski. No daba Dostoievski. Daba las jarchas mozárabes y la Generación del Veintisiete. Daba la Celestina y Quinientas horas con Mario. Suspendía las derivadas, las integrales, los análisis trigonométricos, la pederastia matemática.
Escribía mucho allí. Ya le digo, a falta de existencia. Se escribe en la desolación, en los conventos, en los cautiverios, en los frenopáticos, en una rectoría de Yorkshire, en una casa de Armherst, en las enfermedades pulmonares, en el desierto, frente a los tártaros. Se escribe en la muerte y en los males de amores. Se escribe en un colegio jesuita.
Oiga, no pretendo una ley. Aborrezco las leyes. Habrá gente que escriba en las tabernas y en los parques de atracciones. Habrá gente que escriba pese a una vida suficiente. Una gente rara. El misterio de lo luminoso. Walt Whitman, por ejemplo.
Sergio Mayor