EL VERDUGO, 1963
Tras Plácido, la siguiente colaboración de Berlanga con Azcona dio como resultado El Verdugo, una película que suele ir acompañada de toda clase de elogios.
Los motivos bien podrían ser estos:
EL TRÍO PROTAGONISTA
De nuevo Pepe Isbert, aquí bordando el papel de Amadeo, el verdugo a punto de jubilarse. Ningún otro actor habría aportado a su personaje tanta humanidad y ternura. Bajo su protección vive su hija, la bellísima Emma Penella, actriz redescubierta por el público en la serie “Aquí no hay quien viva”. Y como futuro verdugo, el italiano Nino Manfredi.
EL OFICIO
La originalidad de la trama reside en la elección del oficio que retrata, el de verdugo. José Luis (Nino Manfredi) es un joven enterrador que se siente marginado por la sociedad. En uno de sus trabajos conoce a otro ser aún más repudiado que él, un verdugo. Su primera reacción naturalmente es mirarle por encima del hombro. Pero después conoce a su hija, y el piso que les toca por ser funcionarios, y el colchón nuevo, y la nómina mensual que recibe sin hacer nada por relevar al anciano Amadeo…. Aunque claro, todo tiene un precio en esta vida y a José Luis le llega el momento de pagarlo cuando lo llaman para que ejerza de verdugo.
LA NATURALEZA HUMANA
Como siempre Berlanga expone la naturaleza humana al escrutinio del espectador, aunque sea envuelta en un humor que hace más tolerable su mezquindad. En “El verdugo” despoja de toda épica las grandes decisiones vitales, mostrando que más bien nos dejamos arrastrar por la corriente.
Al final de la película, con la frase lapidaria de Amadeo, uno puede acabar dándose cuenta de que quizás no nos han contado dos historias distintas, la de José Luis y Amadeo, sino que es la misma historia del verdugo contada en dos etapas diferentes. Porque Amadeo bien podría haber sido José Luis en sus orígenes, y José Luis terminar como Amadeo.
Especial Luis G.Berlanga: Partes I y II (Pinchad aquí)
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