El viaje inútil, de Camila Sosa Villada

 

 

Enseñarme a escribir es el gesto de amor que mi papá tiene para mí. [...] Partimos de ese gesto de amor y terminamos muy lejos el uno del otro. Yo acabo por ser todo lo que mi papá nunca hubiera querido para un hijo. Una vez que aprendo a leer y a escribir, ese recuerdo se borra bajo las ruinas que deja la violencia, el alcoholismo, la indiferencia y la soledad que experimento desde que nazco hasta que me voy de mi casa, a los 18 años. Entiendo que ese conocimiento de nuestro cariño, allá en mi infancia, es una revancha para nuestra historia.

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No creo que mi papá haya pensado ni por un segundo que me daba la llave de la escritura. Una hija travesti, escritora, un monstruo de ese tamaño, retorcido de sí mismo, prisionero del mundo, siempre proclive a caer en pozos cada vez más hondos, un animal plañidero, solitario, siempre con ganas de rebelarse hasta con los vientos a favor.

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Que mi mamá haya sido la primera persona en el mundo que me oyó leer nos une en un pacto de ternura. La imagen de la ternura. El recuerdo de su asombro frente a mi aprendizaje.
De manera que mi papá me enseñó a escribir y mi mamá a leer. Me llevaron a la vera de un bosque y me dejaron sola ahí, esperando que entre y me pierda para siempre.

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Mi primer acto oficial de travestismo no fue salir a la calle vestida de mujer con todas las de la ley. Mi primer acto de travestismo fue a través de la escritura.

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Todo recuerdo espera ser escrito. Una vive su vida con ánimo de escribir. Pero, en ese sentido, la escritura va muy por detrás de la memoria, es imposible alcanzar la velocidad de la memoria y mucho más alcanzarla mientras se escribe. Los pensamientos son veloces, demasiado veloces para este oficio que sigue teniendo el tiempo de una letra detrás de otra, una palabra dando la mano a otra, el ritmo de una mujer cansada. Una se sienta a escribir y entra en ese tiempo lento que nunca alcanza el paradero de la memoria.

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Escribir implica una rebeldía porque escribir supone la reflexión. Y la reflexión es inadmisible en tiempos de producción. Conlleva una pausa, un volver a los recuerdos, volver a una misma.

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Las últimas bohemias. Arriesgándonos a todo. A subir a un auto y no saber si bajaremos vivas, entrar en un cuarto y no saber si saldremos ilesas, amar y no ser amadas, desterradas de la familia, de la iglesia, de los pueblos, de las ciudades. Mal miradas, mal amadas, mal queridas, mal tratadas, mal juzgadas, mal dichas, mal escritas.

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No lamento los períodos de no escritura, al contrario, los celebro como los espacios en negro que no puedo explicar en mi vida, como las cosas que no tienen sus palabras todavía, como las emociones inexplicables.



[La Uña Rota / Ediciones DocumentA/Escénicas]

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