No es engañarse: es peor.
Es enterrarlo debajo de almohadas,
colchones y alfombras,
ahogarlo hasta el punto de ya no escucharlo.
Pero sigue ahí.
Y cuando se mueve el colchón que lo tapa
y le deja un resquicio a su voz,
grita tanto y tan fuerte
que se hace imposible simular más tiempo
que sigues tan muerta de miedo
o aún más -el monstruo ha seguido
creciendo en esa oscuridad-
que antes. No soportas verlo.
Vuelves a enfrentar a esa niña
incapaz de mirarlo a la cara y le dices
Ya te lo advertí.
Y no sirve de nada, como tantas veces.
Quién diablos te crees que eres.
Apenas un tenue borrón de mujer
que no ha conseguido jamás
imponer la razón sobre el sentimiento.
La abrazas y lloras con ella.
Prometes que la cuidarás,
que ya no hay motivos para tener miedo.
Pero ambas sabéis que en la próxima esquina
podéis encontrarlo esperando
y no hay nada ni nadie capaz
de matarlo más que la Verdad.
Y la Verdad duele.
Maya Mukti