La milla marina no debe medirse de la misma manera que la terrestre, de la misma forma que la vida no puede calcularse partiendo de la trayectoria que marcan los sucesos más significativos de una persona. La distancia en altamar, para aquellos que detentan una forma de vida consagrada a las aguas, es algo tan profundo como los sucesos que quedan en el desván de la memoria. Cuántas metáforas y analogías tienen en la base de esta idea una senda o un cruce de caminos? Por qué siempre se habla de un punto de partida y otro de llegada? La milla marítima, además de ser un poco más extensa que la terrestre, nos sitúa siempre en el territorio de lo desconocido. El puerto no es el punto de llegada, no es el fin de nada. Siempre se parte a un ciclo centrífugo. Tan significativa es esta diferencia hasta el punto de que las embarcaciones llevan un nombre. Y suele decirse que es de mal agüero no hacerlo. Pero quién se atrevería a bautizar un automóvil o una moto? Sabemos de la tierra que pisamos, pero en el mar todo (hasta ese lago tantas veces surcado) es misterio, tenso descubrimiento velado en un celo inconmensurable. Y aunque no lo fuera, la simple idea de que al caer al agua todo podría acabar en unos pocos minutos nos da la magnitud del sagrado y grave respeto que le profesan quienes mejor lo conocen. El mundo se parte precisamente en estas acepciones tan próximas y distantes, como la vida a través de la percepción de un invidente...
Max Benítez