Revideando estos últimos días (con la ruta de calzado ya casi finiquitada, más que nunca odisea esta vez: por lo complicado, por lo mísero y por lo extraño) el cine de Eloy de la Iglesia: Algo amargo en la boca, El techo de cristal, La semana del asesino, Navajeros y ambos Picos, de momento, y reafirmándome en que fue, sin duda, uno de los más grandes y osados directores de la Transición: ninguno tan arriesgado, polémico, tan subversivo y emotivo a la vez... Todo lo que era tabú por aquel entonces (y hablamos de la época más tolerante de la sociedad y el cine español) lo abordó y retrató él, con una valentía y contundencia que, vista hoy, después de tantos años, en plena globalización y distopía, recortadas a la mínima expresión nuestras libertades y sellos de identidad, le hace a uno quitarse el sombrero... Pero asociándolo, irremediablemente y también, con todos los navajeros literatos que en el mundo han sido, Wilde, Céline, Bernhard, Kerouac, Genet, Burroughs, Verlaine, Rimbaud, Thoreau, Pound, Huysmans y etcétera, etcétera: sangre para Drácula, carne para Frankenstein.. O de cómo el establishment les pasa factura, tritura y regurgita, como mártires del Sistema, tiempo después...
Vicente Muñoz Álvarez