Buffalo Soldiers, de Robert O’Connor

 

 

Ésta es la única novela que, por el momento (aunque ya han pasado casi 30 años), escribió su autor, el norteamericano Robert O’Connor. Una historia que fue llevada al cine hace tiempo con Joaquin Phoenix de protagonista, y que transcurre a finales de los 80 en una base del ejército estadounidense en Mannheim (Alemania), donde su protagonista, Ray Elwood, se dedica entre bambalinas a conseguir droga para los soldados: todo ello relatado en segunda persona del singular. Jay McInerney la definió como un cruce entre Trampa 22 y Menos que cero, es decir, los colocones de un grupo de personas en una ambiente castrense. Pero también hay algo de Jay McInerney en el libro: no sólo el ambiente de adictos y los trapicheos de sus Luces de neón (novela-símbolo de una época que alguien debería reeditar ya mismo), sino también esa narración en segunda persona que citábamos antes.

Cuando empieza Buffalo Soldiers, Ray Elwood está envuelto en problemas: un soldado al que dejó en una habitación para que se chutara ha muerto en extrañas circunstancias (no se sabe si fue un suicidio, un accidente o un asesinato); además, debe lidiar con Lee, un sargento recién llegado que se huele sus negocios sucios y está dispuesto a atraparlo con las manos en la droga; quiere seducir a Robyn, la hija de este hombre, de la que empieza a enamorarse; mantiene un vínculo de servidumbre asfixiante con el coronel Berman, un hombre obsesionado con su genealogía que lo tiene a todas horas de secretario para todo; y no falta la rivalidad con algunos de los soldados, que pueden ser una amenaza para su integridad.

Elwood atraviesa la novela como un tipo en la cuerda floja, alguien empujado a mantener equilibrios con los retos que le plantean los altos mandos, los yonquis que necesitan ser servidos puntualmente, los matones de la base militar y las mujeres a las que desea (antes de Robyn hay una prostituta): ese equilibrio entre angustioso y alucinado en el que se metía Ray Liotta hacia el final de Uno de los nuestros, cuando trataba de compaginar cocina, familia, droga y delitos.

Buffalo Soldiers, título que hace referencia a los “soldados bisonte” (los soldados negros que participaron en el ejército a partir de 1861), es una notable obra satírica cuya lectura resulta totalmente adictiva, y que nos conduce por lugares poco frecuentados en la ficción castrense, como en El sargento de hierro: es decir, entornos en los que los soldados están lejos de ser ese modelo perfecto de conducta que durante años nos hicieron creer. Tal vez de lo que se trate, tanto en el filme de Clint Eastwood como en la novela de Robert O’Connor, es de mostrar cómo el poder, a través de las jerarquías, trata de aplastar a quien, en la manada, se rebela; pero también cómo el desencanto mina la moral de los hombres, que acaban metiéndose en las drogas para encontrar el alivio que no les concede la vida castrense. Aquí van unos extractos:  

Estás destinado con la 57ª. en las afueras de Mannheim, Alemania Occidental. Es noviembre, y el mes de noviembre en Alemania te recuerda a la tristeza y la desesperación de una mujer caída en desgracia. Digamos también que sabemos de tu afición a la heroína. Quieres colocarte, y dos soldados de tu pelotón necesitan chutarse.

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-Me va a costar conseguir unas citas como Dios manda de sus compañeros.
-Lo sé –dice el coronel Berman–. Yo también conocía a McCovey, ¿recuerdas? Pero te diré una cosa: no hay nada tan rápido como la muerte para mejorar la reputación de un hombre. Si hace falta, busca a gente que no lo conociese demasiado bien y saca las citas de lo que te digan ellos. Quiero que te pongas manos a la obra inmediatamente. Dale prioridad absoluta. Yo me quedo al cargo del resto.
-Sí, señor.

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Stoney es tu mejor amigo, el mejor que podrías tener. Has descubierto que, a efectos censales, el ejército se divide en dos clases de personas: los Hijoputas y los Hijoputeados. Si hay algo que deseas fervientemente es no pasar a formar parte de estos últimos. Eso lo consigues desplegando un gran encanto, actuando con extrema cautela y repartiendo fármacos generosamente.


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El ejército es una mierda, pero has descubierto que el mundo es aún peor. En el ejército, al menos, tienes algunas cosas bajo control.  



[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo y Diego de los Santos]

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