EL CARNAVAL DE LAS ALMAS



OTRA de las perlas del cine gótico norteamericano que pasó casi desapercibida en su día y que con el transcurso del tiempo se ha convertido en un clásico de culto: El carnaval de las almas (Carnival of Soulds, 1962), de Herk Harvey.

Los que no la hayáis visto aún, reconoceréis en ella el germen de otras grandes películas (desde El Sexto sentido a Los otros, pasando por La noche de los muertos vivientes o Silent Hill) y disfrutaréis, estoy seguro, con su extraña poética.

No es, desde luego, una obra maestra (adolece de todos los vicios de cualquier serie B: bajo presupuesto, actores de segunda fila, lagunas e incongruencias), pero sí una película atípica y claustrofóbica, onírica y experimental, como fuera del espacio y el tiempo, que se queda grabada a fuego para siempre en las neuronas.

La fantasmagórica fotografía en blanco y negro (de Maurice Prather), las aterradoras visiones de la protagonista (Candace Hilligos), el sorprendente guion (de John Clifford) y muy en especial la perturbadora banda sonora (de Gene Moore), contribuyen a potenciar ese clima tenso y enrarecido que la caracteriza, casi único en su género.

Como curiosidades: el cameo del propio director, Herk Harvey (esta fue, por cierto, su única película), como principal aparecido, y el decadente Saltair Pavilion, en Salt Lake City (Utah), donde se rodaron varias escenas, que por sí solo pone la carne de gallina.

Vicente Muñoz Álvarez,
de Películas que erizan la piel
(Canalla Ediciones, 2019)




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