DE entre las varias adaptaciones a la pantalla grande que a lo largo del tiempo se han realizado de Otra vuelta de tuerca, la afamada novela de Henry James, The Innocents (Suspense en nuestro país, 1961), de Jack Clayton, es sin duda la más inquietante y una de las películas señeras del género por la que el tiempo no parece pasar.
Elegante y poética, The Innocents nos envuelve en su halo de erotismo y tragedia desde el primer minuto del metraje (con esa evocadora canción de cuna que acompaña a los créditos) hasta la secuencia final, involucrándonos de lleno en el guion (de Truman Capote) y haciéndonos partícipes del juego siniestro de los protagonistas.
Como Henry James en la novela, Clayton exprime sabiamente en la película la ambigüedad de la trama, baza principal de ambas y acertada metáfora de la hipócrita moral victoriana: ¿lo que sucede, los fantasmas y apariciones que la institutriz cree ver, son reales o fruto de su imaginación, trasunto de sus propios complejos y traumas? Deberá ser el espectador, según lo que interprete, el que opte por una u otra respuesta.
Deborah Kerr y los niños Pamela Franklin y Martin Stephens (que recordaréis de El pueblo de los malditos) sostienen con mano firme el peso del filme, contribuyendo la espectral fotografía en blanco y negro de Freddie Francis (otro grande del género) y la banda sonora de Georges Auric a potenciar la atmósfera enfermiza que Clayton recrea.
Para mí (y para muchos otros), una de las mejores películas de fantasmas de la historia del cine.
Vicente Muñoz Álvarez,
de Películas que erizan la piel
(Canalla Ediciones, 2019)