Mi primer encuentro con Lovecraft tuvo lugar a los dieciséis años, época en la que nuestras clases de Literatura giraban en torno a la lectura de unos pretendidos clásicos con los que no teníamos ningún punto en común y a los que, por otra parte, no estábamos capacitados aún para asimilar ni comprender. Qué placer o enseñanza puede extraer un adolescente inquieto del Cantar del Mío Cid o de la poesía culterana de Góngora, es algo que aún hoy, desde mi papel modesto de escritor, sigo a menudo preguntándome. Siempre he defendido la opinión de que antes de estudiar Historia de la Literatura es necesario amar la Literatura, algo realmente difícil de lograr con las soporíferas lecturas que entonces nos eran impuestas.
Precisamente por eso, desde aquella posición de lector incipiente, descubrir a Lovecraft fue para mí una revelación y un desahogo. Me situó por primera vez frente a héroes de carne y hueso y me ayudó a potenciar mis propias fantasías, abriéndome un universo de lecturas que progresivamente, de forma escalonada, fueron enriqueciéndose.
Vicente Muñoz Álvarez,
de El tiempo de los asesinos
(LcLibros, 2019)
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