Escribí las notas recogidas en este libro en dos remesas: la primera, entre el 29 de mayo de 2007 y el 29 de junio de 2010; la segunda, y muy breve, entre el 5 de junio y el 26 de julio de 2011.
El propósito inicial era construir una especie de diario en el que descargar las tensiones de la jornada, recoger algunas circunstancias de las horas previas y desahogarme mediante lo que algunos llaman la terapia de la escritura. Aunque todo se resume en lo mismo: la necesidad de contar. De contar lo que uno ha visto, lo que ha oído, lo que le han dicho, lo que siente y lo que padece. Su germen, si la memoria no me falla, provino de la influencia de las anotaciones cotidianas que Tomás Sánchez Santiago, poeta y escritor, amigo y paisano, introduce en varias de sus obras. Pero la intención final era colgarlas en mi bitácora Escrito en el Viento.
Tras teclear cada una de ellas en sesiones cortas, tensas y nocturnas, tuvo sentido subirlas a la red porque la gente leía los blogs con asiduidad, o al menos los visitaba, y varios de estos apuntes míos fueron citados aquí y allá, entre el tejido siempre atronador de las redes sociales. Hoy carecería de sentido porque quienes mantenemos estos sitios web apenas contamos con un puñado de lectores o visitantes (no siempre son lo mismo): los blogs son una reliquia de esta época vertiginosa donde todo caduca a la vuelta de la esquina. Creo que los reclamos de la maraña digital tarde o temprano acaban disolviéndose con la irrupción de las nuevas modas: pero el papel permanece. Por eso ésta es su nueva casa, en esta editorial de Juan Luis Calbarro que con tanto cariño me acoge.
Releyendo estas miniaturas en el confinamiento de 2020, donde sobraban horas para revisar viejos archivos, se me ocurrió que podría resucitarlas: muchas de ellas constituyeron el origen de una pequeña parte de mi bibliografía, y también son el retrato de una época… del tiempo en que, cada semana, acudíamos a recitales poéticos y a presentaciones literarias, el tiempo en que ejercía de columnista, el tiempo en que yo aún tenía madre pero no hijos.
La primera remesa se corta abruptamente en junio de 2010: para entonces estaba metido en tantos proyectos que no podía incorporar más: novelas, artículos, antologías, poemas narrativos, colaboraciones dispersas… Intenté retomarlas en junio de 2011. Y, unas semanas después de nacer el primero de mis dos retoños, me vi agotado para seguir redactándolas de noche y las abandoné. Puede que también influyeran los vaivenes del ánimo: ese cómputo de pérdidas y ganancias de seres queridos, en apenas seis meses, trastorna un poco.
Las anécdotas reflejadas en estos textos contrastan con los miedos, las sombras y los encierros que nos ha traído la pandemia de coronavirus. Hace años que no veo a muchas de las personas aludidas en sus páginas, con otras he perdido el contacto y en algún caso puede que la amistad. En las fechas en que fueron escritas contaba con una ajetreada vida social, planes a mansalva y una extensa red de amigos: ahora disfruto de los paseos, la rutina doméstica y una familia maravillosa.
José Ángel Barrueco, enero de 2021