Verás las manos de tu madre en remojo en una palangana azul. Pálidas. Blancas. Como de madera. Como arrancadas a una imagen de Salzillo. Sus manos sagradas mortificadas por el síndrome del túnel carpiano, ahí hundidas. Querrás bañarte en ese agua tibia. Querrás bebértela. La iconografía santa de tu vida te alcanzará por las noches. El futuro será el pasado. Sin nostalgia, con precisión. Todo bañado por la luz quirúrgica de un sol científico. Verás en venta la casa en que creciste, la recorrerás con la mente como un extraño, como un comprador más que la visitara por primera vez. Un comprador absurdo, el primogénito desheredado sin dinero para agenciársela. Detectarás los prodigios domésticos que te pasaron desapercibidos durante todos los años que la habitaste. Te maravillará la calidez ambarina que la envuelve a las cuatro de la tarde. La pacífica geografía del gotelé en que jugabas sin éxito a buscar siluetas de países, mujeres desnudas, caras de difuntos, se te revelará ahora como si por ensalmo dominaras una lengua muerta. El sencillo cuarto de baño, las baldosas en que sembraste tu primer y mejor semen. Tu trascendencia brillante desparramada por el suelo. El primer campo de batalla de la guerra que después vendría. Y la cocina, la pequeña cocina que ella siempre estuvo empeñada en reformar. La pequeña cocina blanquiazul de la que salieron los manjares más exquisitos que jamás te echaste al buche. Repararás también en los defectos de aquel piso. El raquitismo congénito de sus tabiques, vía libre para el frío en invierno, el infierno en verano. Su permeabilidad bidireccional a la futilidad. Y la humedad cavernosa de los armarios empotrados, aquellas manchas indestructibles en los rincones del techo, paranormales. Recordarás su tacto esponjoso, helado. El presagio misterioso que aquel moho albergaba lo descifrarás ahora con exactitud matemática. Y será decepcionante, casi insultante en su simpleza. Repararás, en definitiva, en la sutil carencia que te acompañó desde el origen de los tiempos. Y no lo lamentarás ni por un instante. Partiendo de escenarios idénticos otros lograron formar familia, ganarse bien la vida, incluso levantar emporios. Tú elegiste heredar lo inaprensible, lo que no da más que para un texto de tres minutos que lo condensa todo. Lo que se apaga para dar paso a lo oscuro. Lo que hace que salten los plomos del mundo como cuando al ir a la ducha enchufabas aquel pequeño pero potente radiador taunus.
Iván Rojo